2.06.2015

Tribus de la inquisición, reportaje premiado que retrata la justicia por mano propia en Bolivia

El escenario es Ivirgarzama (trópico cochabambino) y los personajes son las víctimas de los linchamientos. Roberto Navia se alzó con el premio por esta crónica
La crónica de Roberto Navia "Tribus de la Inquisición" relata hechos de justicia por mano propia en el trópico de Cochabamba
La crónica de Roberto Navia "Tribus de la Inquisición" relata hechos de justicia por mano propia en el trópico de Cochabamba
 
Roberto Navia - EL DEBER
Roberto fue probablemente el hombre más infeliz del mundo durante 17 horas continuas, entre la mañana del 1 y la madrugada del 2 de julio de 2013. En ese tiempo, una multitud lo acusó de liderar el robo de un camión Nissan Cóndor, lo amarró de pies y manos, lo golpeó con mangos de picotas en la cabeza, en las costillas y en el culo, y cuando el sol ardía bajo el dominio de las tres de la tarde, su cuerpo recibió chorros de gasolina y una mano de hombre sin pena prendió el cerillo y lo transformó en una antorcha medieval y él iba de tumbo en tumbo, revolcándose como una culebra en la plaza del pueblo, rogando a ciegas a sus verdugos que le libren de ese calor enorme que le comía como una piraña hambrienta cada pedazo de piel.

- Quiero agua, dirá varias veces después en el hospital y lo dirá a las dos de la madrugada por última vez, antes de que su cuerpo ya no robusto, con el 90% carbonizado, achicado por las llamas, emita su último suspiro.

A las seis de la tarde, la multitud de Ivirgarzama regresó a paso lento a sus labores cotidianas, con el alma desahogada como quien sale apaciguado de la misa dominical, con la certeza de haber sancionado a mano propia y dura a un delincuente y aportado con un granito de arena en la lucha contra el crimen.

A la misma hora, Roberto Ángel Antezana, de 27 años de edad, moreno, padre de un niño de siete años y cortador de árboles madereros de oficio, fue socorrido por su papá Melquiades y su mamá Isabel, que bajo los efectos de una soledad evidente y de una tristeza eterna, solo atinaron a echarle tierra a su hijo para que las últimas bocas de fuego se extingan. Después espiaron a los costados y cuando vieron que ya no había mucho peligro, lo cargaron al hospital en una camilla improvisada que hicieron con dos bolsas de tela que compraron en el mercado que está a media cuadra de la plaza, porque el chofer de la ambulancia municipal se negaba a socorrerlo por temor a despertar de nuevo a los llamados amos de los linchamientos.

Ivirgarzama es un pueblo adulto que ya cumplió 45 años de su fundación, y también es la casa donde habitan 10.000 personas en su núcleo urbano y en sus campos húmedos hacen vida más de 70.000 campesinos y colonos que llegaron del occidente de Bolivia en busca de algo. Está anclada en la provincia Carrasco y forma parte del famoso trópico de Cochabamba, cuya imagen más visible es Chapare, la cuna política del presidente Evo Morales y el territorio fértil del circuito de la hoja de coca, esa planta milenaria que va a los cachetes de los consumidores tradicionales y a las fosas de maceración donde se cocina la cocaína made in Bolivia.

El trópico de Cochabamba es también la tierra brava donde desde el 2005 hasta septiembre de 2013, grupos eufóricos de varios pueblos llevaron a la hoguera a 13 hombres de entre 18 y 45 años de edad, acusados de haber robado vehículos usados o motocicletas que no cuestan más de 300 dólares. En ese polvorín, Ivirgarzama fue el epicentro donde por lo menos 20 personas más, según reportes policiales, soportaron golpes de manada o fueron asfixiados con alambres de púas como medida de presión para que canten sus pecados.

Pero estadísticas anteriores que maneja el estudio de la misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala y que no están registradas en los libros del Ministerio Público ni de la Policía nacional, elevan – o descienden – a Bolivia al pedestal número dos del ranking de ajusticiamientos por manos de civiles. Ese informe le da al país el título de subcampeón de linchamientos al haberse registrado entre 1996 y 2002, un total de 480 incidentes de ese tipo, de los que 133 terminaron en muerte en diferentes ciudades y zonas rurales de la nación.

Para el ministerio público y la Policía, para los habitantes más antiguos y para los recién llegados de Ivirgarzama, para los comerciantes de vehículos indocumentados y vendedores de chucherías, esta zona del país que se encuentra en el corazón del territorio nacional, a 350 km de Santa Cruz de la Sierra y a 800 de La Paz, es una especie de lejano oeste, un Estado dentro de un Estado, donde la justicia y la seguridad ciudadana se asumen por cuenta propia.

- Siempre fue así, dice José Luis Hervas, que llegó de Cochabamba en 1985, con sus 29 años de edad y su flamante título de médico general debajo del brazo.

Ese mismo año, ante la ausencia estatal, junto al párroco, a la directora de la escuela y al corregidor, el médico ayudó a formar un tribunal de sentencia para frenar a los ladrones de gallinas que en aquel tiempo malhumoraban a los habitantes.

La primera sentencia que dieron fue cuando un vecino denunció a otro que le había robado tres pollos. La decisión unánime del comité fue obligar al ladrón a que devuelva los animales, vivos o muertos, y someterlo a 20 chicotazos a espalda pelada, amarrado a un poste en el centro de la plaza, para que pase vergüenza, para que se sepa que en Ivirgarzama habita gente de ley.

- Supuestamente hacíamos justicia.

Eso cree ahora el médico que recuerda que la justicia ordinaria y oficial dio señales de vida en 1990, cuando desde La Paz llegó el primer policía al pueblo, y siete años después, el 2002, bajó de un bus el primer fiscal permanente, más que para combatir los delitos de bagatela, para estar alerta ante los brotes de violencia anunciados por la Federación de Cocaleros, que había amenazado con bloquear la carretera asfaltada que va de Santa Cruz a Cochabamba, como represalia al gobierno de Jorge Quiroga, cuyos parlamentarios aprobaron en enero la expulsión definitiva del diputado Evo Morales del congreso, bajo acusación de ser el autor intelectual de la muerte de un oficial del ejército y de un policía en la localidad de Sacaba, a manos de campesinos.

Las cifras no han mejorado mucho. Ivirgarzama estrenó hace dos años un edificio de tres plantas donde funciona el Comando de la Policía, que está casi deshabitado porque para la población solo están destinados tres efectivos de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc), que se visten de civil cuando ocurren los linchamientos. Los dos fiscales que ahora existen, trabajan en una casita sin baño, sin conexión telefónica ni internet y donde está guardada una camioneta Mitsubishi color roja del año 2000 que el Ministerio Público envió desde Cochabamba, pero que no funciona porque no tienen presupuesto para reparar el problema de motor ni para comprar gasolina.

Marcos Vidal tiene su carta de renuncia en la punta de la lengua, al cargo de fiscal, porque está cansado de destinar el 60% de sus 800 dólares de sueldo para gastos operativos de su oficina, y de cargar a nombre de la justicia boliviana el peso de impedir las matanzas y de investigar a los autores que están amparados en un código del silencio que la gente ha instaurado para protegerse de las investigaciones del Ministerio Público.

La tarde en que quemaron vivo a Roberto Ángel Antezana, el fiscal buscó ocultar su investidura con una polera negra entre las más de mil personas que enarbolaban la muerte en la plaza. Pero alguien reconoció su cuerpo de niño grande, su cabello ondulado y su voz de papagayo y de una botella de plástico le disparó combustible.
-Sentí el frío de la gasolina en mi espalda y escuché una voz que me dijo: ¡Apartate fiscal de mierda!

Dio un paso hacia atrás y ahora cree que esa reacción lo libró de la muerte. Pero aquel pasaje no es el peor tormento que habita en los recuerdos de este fiscal cruceño que, por problemas con una autoridad superior, llegó a Ivirgarzama como castigo en enero del 2013, supuestamente solo por dos meses. Marcos Vidal, a sus 47 años de vida, ya no duerme como un bebé. Sus sueños son un nido de arañas porque no puede olvidar la cara perdida de un hombre con cuerpo de pajarito que a las tres de la tarde de ese 1 de julio, encendió un fósforo y lo lanzó a otro hombre que desde las nueve de la mañana empezó a ser castigado en las entrañas de una especie de inquisición del siglo XXI.

Otro caso 

Roberto no fue el único al que esa tarde quemaron vivo. Pero fue el primero. Casi inmediatamente después, sus hermanos Álvaro, Nelson y Melquiades, su sobrino Gunnar Antezana Ángel y su yerno Rubén Aguilar Cuéllar, maniatados y con la cabeza metida en bolsas de nailon, también pasaron por el patíbulo autoritario de la turba, alimentada por moto taxistas y choferes del transporte interprovincial, por campesinos y por curiosos que a voz en cuello decían que estaban en contra de los criminales que no dejan dormir en las noches calientes y húmedas del trópico de Cochabamba.

Álvaro pasó por 20 cirugías y le amputaron dos dedos de la mano derecha y la mano izquierda está convertida en un puñete que no puede soltar. El fuego le deformó la piel de sus brazos y el diagnóstico médico dice que sufrió quemaduras de primer, segundo y de tercer grado. Por eso estuvo cinco meses en cama y los representantes del Ministerio Público acudían a una clínica de Cochabamba no para investigar sobre lo que le hicieron, sino para tomarle declaraciones dentro del proceso por el supuesto robo del camión Nissan Cóndor instaurado a los linchados.

La cara redonda y plana de Álvaro delata a un hombre que aparenta más de los 32 años que tiene, porque a partir de aquella tragedia - él mismo lo dice - los años se le vaciaron encima de la noche a la mañana. Desde su casa paterna de Bulo Bulo, donde está ahora, a orillas del río Ichilo y a 50 kilómetros del lugar aquel que bautizó como la cuna de sus peores dramas, este sobreviviente deshilvana su reciente pasado:
Todos los que fuimos linchados aquel día, menos Roberto, salimos de aquí a las 5:00 a sacar simbao – peces que sirven de carnada para pescar - de los atajados de Puerto Gretter. Fuimos en la camioneta de mi papá, en la Hilux plateada que compró en 11.000 dólares. A las 6:00 ya estábamos de retorno, chupando mandarinas y planificando la jornada de pesca. Viajábamos despacio y relajados, pero dos hombres vestidos de uniforme policial se bajaron de una vagoneta y nos hicieron parar.

No nos asustamos porque sabemos que ésta es una zona roja donde opera el narcotráfico y se esconden los ladrones de vehículos, y que de vez en cuando llegan desde Santa Cruz policías para realizar operativos. Como no teníamos nada que temer, les hicimos caso. Pero sentí una mala espina, llamé a mi casa y no me acuerdo quién contestó. Solo dije que nos habían detenido unos uniformados. Cuando los cinco ya estábamos fuera de nuestro vehículo, salieron del monte por lo menos 20 personas con palos y piedras y los supuestos policías desaparecieron o quizá se cambiaron de ropa. Eso fue a 20 km de Bulo Bulo. Nos acusaron de haber robado un camión y después hicieron lo que quisieron, nos colocaron bolsas en la cabeza, nos inmovilizaron con nudos ciegos en las manos y en los pies y nos tiraron como a chancho a la carrocería de nuestro propio vehículo. Uno de ellos le quitó la llave a mi hermano Melquiades y nos llevaron hasta un cruce de camino que está a 5 km de aquí. Ahí fue que escuché la voz de mi papá.

Don Melquiades Ángel Roca es de estatura pequeña, tiene bigotes despoblados y una cara que confirma que la desgracia tocó la puerta de su vida a los 60 años de edad, cuando pensaba que la tranquilidad le vendría como un regalo que siempre mereció, después de criar a sus 12 hijos con el esfuerzo de hombre de campo, cultivando esas 40 hectáreas que compró en las mejores épocas de su existencia.

Nació en Todos Santos, un rancherío metido en alguna esquina de Villa Tunari, dentro de la provincia Chapare. Ahora está sentado junto a su hijo Álvaro y a su esposa Isabel, amparados por una cabaña que es la antesala de su dormitorio y donde hasta el 30 de junio del 2013, un día antes de los sucesos, junto a su mujer dirigía un restaurante de comida típica. La rocola, ese gramófono que funciona con monedas expulsando canciones a la carta, era la alegría de los clientes a la hora del almuerzo.
Recibí una llamada de Álvaro, me dijo que estaban en problemas, que los habían detenido. Fui con mi esposa y con mi hijo Roberto a buscarlos y los encontramos tirados en la carrocería, como si fueran animalitos. Dos hombres dispararon al aire con sus escopetas y lo rodearon a Roberto, lo ataron y lo alzaron donde estaban los cinco. Lo acusaron de ser el hombre orquesta de una banda que se dedica a robar vehículos.

Les insistí en que si eso era verdad por qué no acuden a la Policía. Me contestaron que no creen en la justicia. Me desesperé y les dije que si eran machitos que se agarren a puño uno a uno conmigo. Para ese momento, que era cerca de las 9:00, ellos ya pasaban de 80 porque había llegado en un bus más gente alterada. Mi mujer se desplomó de dolor y tuvo que volver a la casa para reponerse. Luego se los llevaron a Ivirgarzama y yo los seguí de lejitos, en un auto que en Bulo Bulo había contratado por horas.

En la camioneta, para ponerlo a la par con los otros, a Roberto lo agarraron a patadas con modales de barbarie. Eso cuenta Álvaro, que tiene recuerdos intermitentes:
En el vehículo perdía y recordaba el conocimiento. Lo volví a recuperar cuando me estaban azotando y después me enteré que todo había ocurrido en la plaza, al frente de la Alcaldía y a un costado de la iglesia.

La gasolina que me echaban encima me sacaba y me devolvía a la vida. Porque cuando me perdía su olor fuerte me despertaba pero después me mareaba y me volvía a dormir. Intuí que me prendieron fuego, me revolqué en el piso para intentar apagarme. No sentía dolor, estaba adormecido de tanto palo. Nunca pude ver el fuego pero sabía que me estaba quemando. No me acuerdo si grité.

Gritó como bala un cordero que va camino al matadero.

Eso lo asegura su papá, que estaba prisionero en la carrocería de un camión estacionado a metros de los condenados. Ahí lo subieron por la fuerza. Desde ese lugar estiraba el cuello para ver el circo romano instalado en el centro del pueblo, donde el público febril esa tarde acosaba a seis gladiadores atormentados.

Desde esa carrocería de camión, vi a un hombre que estaba con la cara reventada. Le pregunté a Jeison, mi hijo de 17 años que me acompañaba, quién era ese pobre tipo. El muchacho no me respondió, solo se puso a llorar y yo entendí que se trataba de Roberto. Tan mal estaba el pobre que no lo reconocí.

Desde ahí vio gritar a Roberto y a Álvaro, a Nelson y Melquiades, a Gunnar y a Rubén. Todos jóvenes de entre 18 y 32 años de edad.
Escuché decir a la gente que Álvaro ya estaba muerto y le cortaron las pitas de las manos y de los pies porque el fuego no las había quemado. Pero de pronto despertó y se arrastró a una banqueta de la plaza. Pidió una frazada no sé si porque le hacía frío o porque estaba casi desnudo, pero una vendedora de refresco le alcanzó un vaso y mi pobre hijo se acostó como una guagua. Cuando ya estaban todos tirados y sin fuerza, con el cuerpo negro y destrozado, los que me tenían prisionero me preguntaron si quería bajarme de la carrocería. Les respondí que depende de ustedes. Y una voz hipócrita me dijo que si yo no hice nada por qué estaba ahí. Entonces brinqué, corrí a socorrer a las víctimas y en ese trajín encontré a mi mujer que gritaba como loca.

A Roberto, a Álvaro, a Nelson y a Gunnar los llevaron de a uno al hospital, cargados en la misma camilla improvisada. Pero Rubén y Melquiades, que presentaban evidencias de no estar al borde de la muerte, fueron trasladados a las celdas por dos policías que solo llegaron al escenario para eso.

Álvaro despertó en el hospital.

Ahí me di cuenta que Roberto estaba todavía vivo. Una enfermera gritó: ¡Doctor, doctor, un paciente está mal, agonizando! Antes yo lo había visto en estado consciente y vendado todo, menos su cara. Pedía agua y no le daban. Yo quería llorar y no podía. Supuse que era de madrugada. Cuando amaneció llamaron a mi mamá para decirle que uno de los gordos había muerto. Los policías me contaron después que por el fallecimiento de mi hermano se preocuparon del resto de los linchados y nos llevaron a un hospital de Cochabamba.

A la muerte de Roberto se sumó la de Gunnar, que se fue de este mundo en enero pasado, a los 26 años de edad, a causa de un cáncer que le diagnosticaron en ese pie derecho que la tarde de furia la multitud anónima le había destrozado a patadas.

Álvaro recibió de la justicia ordinaria el beneficio de detención domiciliaria y por eso ahora está aquí con sus padres, masticando el drama de los hechos. Pero Melquiades, Nelson y Rubén continúan detenidos en la cárcel de El Abra de Cochabamba. Sus familiares vendieron dos terrenos para pagar a un abogado y Melquiades papá no ha recuperado su camioneta Hilux.

-Es como si la tierra se la hubiera tragado.

Pero la pérdida de las cosas materiales no es lo que acongoja a don Melquiades. Lo que lo llena de espanto es que incluso en pleno velorio de Roberto le llegaron amenazas de que iban a sacar el cuerpo del difunto después de que lo entierren.

Si fuera cobarde me hubiera ido de aquí, no lo hago porque estoy con Dios y porque mis hijos no son ladrones. A esa gente le hice saber que aquí estamos y que si quieren vengan a matarnos. Total, con todo lo que pasó ya estamos medio muertos.

Para defenderse, los Ángel Antezana tenían dos armas que consideraban eficientes: machetes y once perros.
Estos últimos, dice doña Isabel, morena, de 51 años, de una boca que vive con la sonrisa extraviada y de ojos enormes y nublados, los perros se portaron como verdaderos guardianes, porque a falta de policías, los animales se desgañitaban ladrando cuando sentían ruidos de hombres extraños en los alrededores de la casa.
Varias veces intentaron hacernos algo. Nos llama la atención que de los once solo queden siete. Se fueron muriendo, tal vez ellos los mataron.

Y ellos son todos y son nadie. La justicia ordinaria no sentenció a ningún autor de linchamiento que se haya producido en el trópico y, por el contrario, cuando la Policía detuvo a algún sospechoso, los pobladores, campesinos y colonos reaccionaron como un solo hombre, se quejaron y amenazaron al Gobierno nacional. El 3 de febrero de 2010, el magno congreso ordinario de la Federación Sindical de Comunidades Carrasco Tropical, emitió un pronunciamiento y envió una carta con el rótulo de urgente al entonces ministro de Gobierno Sacha Llorenti.

Parte de la carta dice: “No logramos entender cómo la justicia está a favor del delincuente. Ante la constante aparición de robo de motos y a domicilios, la gente se siente desprotegida, y al respecto no se hace ninguna investigación. Pero cuando aparece muerto un ladrón, rápidamente actúa la Policía. Un compañero nuestro fue detenido acusado de instigar un linchamiento y enviado a la cárcel de Sacaba de Cochabamba. Rogamos a su autoridad que se lo libere y que se deje sin efecto las investigaciones en su contra. Por otro lado, le pedimos que pueda gestionar la reestructuración de la Policía y de los administradores de justicia, con los que no nos sentimos protegidos”.

El 2 de marzo de 2010, la Federación Sindical de Mujeres Carrasco Tropical, le envió otra carta a la ministra de Justicia, Celima Torrico, en la que se le pide que libere a un afiliado que detuvieron y al que se lo involucra en el ajusticiamiento del 14 de diciembre de 2009 por parte de una multitud a los ladrones de motocicletas, y que, en caso de no ser escuchadas, amenazaron con movilizaciones, pero le aclararon que no quisieran llegar a esa extrema medida.

Los dirigentes de las instituciones que forman parte de la federación Carrasco Tropical guardan un silencio de cementerio para referirse personalmente sobre los linchamientos y desde la vereda del anonimato coinciden con el discurso del ciudadano común: “Le hemos perdido la fe a la Policía, a los jueces, a los fiscales y por eso nos vemos obligados a sancionar a los delincuentes, porque cuando los policías los mete a la cárcel, a los pocos días los liberan en nuestras narices”.

El moto taxi es el principal servicio de transporte público en Ivirgarzama y sus conductores se ganaron el apodo de ‘verdugos’, porque como tienen la facilidad de movilizarse cuando han descubierto a un supuesto ladrón, alborotan a la población y preparar la hoguera para ejecutarlo.

Si uno les pregunta, ¿qué hacen ustedes cuando descubren a un ratero de motos? Lo quemamos, contestan, siempre que la pregunta no la haga un periodista identificado. Y se justifican argumentando que lo único que hace el pueblo es aplicar la justicia comunitaria que está amparada por la nueva Constitución Política del Estado y por la Ley de

Deslinde Jurisdiccional que se aprobó el año 2010.

- Pero no existe ningún artículo que mande que se aplique la pena de muerte. Los castigos de la justicia comunitaria y ancestral apuntan solo a tareas físicas, asegura el fiscal Vidal.

El jurista habla con conocimiento de causa porque a él, una vez, lo sentenciaron y castigaron los aimaras del lago Titicaca. Fue el 2005 cuando acudió a la comunidad indígena Chua, para detener, junto a un policía, a un profesor de escuela sobre el que pesaba la acusación seria de haber violado a varias estudiantes de 15 años.

-Pero usted cometió un error, le dijo el Mallku, el líder político de la comunidad que de poncho rojo, con su bastón de mando en una mano y un chicote en la otra, lo invitó a que explique por qué ha detenido al profesor sin su permiso, causando un perjuicio para los estudiantes, porque es sabido que – le enfatizó - cuesta que el Estado les envíe a un nuevo maestro a ese rincón de la patria que si se viaja en un vehículo se llega en solo tres horas de La Paz.

Lo pusieron al medio de un círculo formado por otros dirigentes. Desde las 16:00 hasta las 18:00 lo llevaron a un juicio bajo las normas de la justicia comunitaria. Lo sentenciaron a que haga 200 adobes en lo que quedaba del día. Como ya era tarde y hacía frío, le dieron una especie de indulto: que compre 10 cajas de gaseosa popular a cambio de bajar a la mitad la pena.

- Por suerte tenía dinero y había una venta en la esquina de una cuadra, cuenta ahora el fiscal con buen humor, sentado en un restaurante del centro de Ivirgarzama.

Mira de a rato su teléfono celular de 20 dólares y dice: Ya son siete las llamadas que me hicieron de un número privado desde que estoy hablando contigo. Y de eso hace cuatro horas.
Deduce que en el pueblo ya se enteraron que el fiscal está hablando con un periodista y que los telefonazos podrían ser una advertencia para que no estire la lengua, para que no hable de los misteriosos linchamientos. Pero él ha decidido no contestar las llamadas que les hagan desde un número privado, porque ya está cansado de las amenazas. Por eso, prefiere recordar cómo terminó su historia de reo a orillas del Titicaca.
Aquella tarde-noche se sacó los zapatos y se arremangó el pantalón. Le dieron baldes para que saque agua del lago, le entregaron un montículo de paja, otro de tierra y empezó a ‘trabajar’.

Cuando iba por los 20 adobes tembló de frío y los efectos de los 3.800 metros de altura sobre los que se asienta el Titicaca, era un taladro pesado que le perforaba la cabeza.
- Pero igual seguí. Se había armado una muralla de gente en mi alrededor y en coro contaban cuando iba por el adobe 98, por el 99, por el 100.

Eran las 10 de la noche cuando el Mallku lo despidió con un abrazo de amigo y le dio un mensaje que Marcos Vidal nunca olvidará: Ya sabe fiscal, siempre hay que pedir permiso a la comunidad y si el maestro es culpable de lo que se le acusa, estamos de acuerdo que pague en la cárcel. El profesor ahora tiene 36 años de edad y cumple una condena de 20 años de prisión en la cárcel de San Pedro de La Paz.

Un año antes, Marcos Vidal se estrenó en su lucha contra los linchamientos como suele ocurrirles a quienes están notoriamente marcados por el sello de la muerte. En El Alto de La Paz, esa ciudad montada sobre 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, descubrió que la muerte purga los pecados de una de las urbes más altas del mundo. El 2004 él se estrenó como fiscal de homicidios y su primera misión fue rescatar con vida a un paisano que había sido sorprendido robando una garrafa en un barrio de la zona de Río Seco. Cuando llegó al lugar de los hechos, a eso de las 18:30, vio que en una cancha de fulbito estaba un hombre ensangrentado y con el cuerpo mojado con gasolina, listo para lo conviertan en un mechero humano.
Primero se abrió paso sin identificarse. Cuando estuvo frente al amarrado, se presentó como el doctor Vidal, representante del Ministerio Público de Bolivia, señores. Solicitó que le den permiso para trasladar al acusado a una oficina judicial para someterlo a una audiencia de medidas cautelares.

Amenazaron con sacarlo a patadas.

Los policías que lo acompañaban no se asomaron al escenario. Se quedaron a unas cuadras de la cancha, con el vehículo encendido, listo para escapar por si la gente agarre su bronca contra los agentes de la ley.

- ¿Quién garantiza que a este ladrón no lo soltarán después que nosotros se lo entreguemos?, recuerda que alguien de entre la masa le grito de frente.

- Yo garantizo, cuenta Vidal que respondió con aplomo.

Le tomaron la palabra, soltaron al supuesto hombre de mal hacer y agarraron al fiscal, lo ataron al arco de fulbito y le aclararon que si el juez libera al detenido, será a él a quien torturen.

Un juez de El Alto, enterado sobre la vida dura por la que atravesaba Marcos Vidal, terminó la audiencia en 30 minutos y ordenó que al ladrón de garrafas se lo traslade a San Pedro, a esa cárcel que luce sus muros de adobes centenarios a pocas cuadras del centro de la sede de Gobierno.

El fiscal no sabía que a partir de esa noche iba a evidenciar la ejecución de por lo menos 20 linchamientos, que salvará a algunos y que no podrá hacer nada por otros, que su ritmo de trabajo alocado y franciscano será la causa para que fracase su matrimonio con la mujer con la que procreó dos hijos y que un 1 de julio de 2013, en plena plaza de Ivirgarzama, alguien de la manada de ejecutores le rociará con gasolina en la espalda y le dirá: Apartate de ahí fiscal de mierda.

Odian a muerte a ladrones 
Los acusados de ladrones en Ivirgarzama son odiados a muerte cuando están vivos, pero dos de ellos, cuando cruzaron el umbral del más allá, pasaron de chicos malos a ‘santos’ y ahora les ponen velas y les rezan para pedirles milagros los lunes y los viernes, cuando la creencia popular asegura que las almas vuelven de visita a la tierra para ayudar o hacer la vida imposible a los mortales.

Pero la gente les claman por una ayuda no en el templo del pueblo, sino, y aunque cueste creerlo, en la mera Policía. Los devotos no son solo los hombres o mujeres de civil, los uniformados también les piden que interpongan sus oficios para un montón de peticiones.

En un lugar privilegiado del Comando de la Policía, en la cabecera del comedor y encima de una mesita de tocador, duerme una urna de madera donde están guardados los restos óseos de dos hombres sin nombre que hace cinco años fueron quemados vivos y acusados de un robo que no figura en los expedientes policiales.

El suboficial Pedro Núñez Pacheco, director de la Felcc, se ríe con vergüenza cuando admite que las calaveritas están ahí, acompañando a los pocos policías que trabajan en Ivirgarzama y a las que elevan plegarias cuando se avecina un linchamiento, para que desinflen el ventarrón de la furia de la gente, para que no permitan que otros caigan en desgracia.

Son los patrones de la guarda de los sentenciados a muerte, sentencia el suboficial Núñez, el policía que llegó al trópico de Cochabamba el 2010, cuando los cráneos y otras partes del cuerpo de esos seres anónimos ya estaban en la casa policial. Como no existe nada escrito, se remite a testimonios de sus camaradas antiguos que ya no están, los que le contaron que fue a orillas del río Ichilo donde se encontraron dos cuerpos carbonizados, que luego fueron llevados al Comando para que las almas de los fallecidos hagan el milagro que la seguridad ciudadana del Estado no consigue: impedir las ejecuciones de civiles contra otros civiles.

Tanta fe les tienen los policías a esos restos, que fueron ellos los que pusieron cuota para comprar la urna. Cuando la noticia llegó a las casas de los vecinos, éstos se sumaron a la romería y ahora tienen la costumbre de acudir a la Policía para rezar por el alma de los esqueletos y para pedirles milagros: Una ayudita en el negocio o el trabajo, alejar a los delincuentes de la casa y velar por los seres queridos para que siempre lleguen sanos a casa.

Los que acuden en las noches no solo prenden velas, se quedan en silencio durante horas para pijchear (masticar hojas de coca) y así entablar una comunicación espiritual con esos hombres de los que no se sabe quiénes fueron, de dónde son, ni qué hacían en el trópico antes de que se les corte el hilo de la vida.

El suboficial Núñez incluso cree que algunos de los fieles podrían ser quienes participaron del linchamiento. Suele ver a algunos que se sientan a llorar como un bebé, que levantan las manos y hablan despacito, como si se estuvieran quejando de algo, como si un pecado mayor les sofocara en el pecho.

La mayoría de los linchados queda como NN porque ningún familiar o amigo llega para reclamar el cuerpo y por eso no se consigue identificarlos. El médico forense Pedro Cejas Suárez, 58 años de edad y con voz de sacerdote en estado de gracia, cree que los parientes de los difuntos no aparecen por miedo a que el pueblo los apunte o porque quizá son de otros rincones del país y desconocen en qué terminó su ser querido.

- Después de 48 horas son sepultados en fosas comunes. No hace falta cavar un pozo hondo porque el fuego achica los cuerpos. A veces nos hemos encontrado con amputaciones térmicas, donde solo quedan parte de la columna y de la cabeza.

Pedro Cejas trabaja en un consultorio que está en la segunda planta de las instalaciones de la Policía, y desde ahí ve pasar la vida y las muertes que ocurren en Ivirgarzama, el pueblo con casas de dos o de tres pisos sin revocar, con techos de calamina y con terrazas donde las mujeres tienden las ropas lavadas, con calles de tierra y con perros que saben hacerles zigzag a las motos, a las miles de motos sin placas que conforman el parque automotor.

No hay estadísticas serias que sirvan para hacer comparaciones. Ni la Policía ni el Ministerio Público manejan datos de ajusticiamientos que nunca se saben, que quedan ocultos entre los barbechos de la jungla tropical. Pero lo que se puede percibir a través de las pocas denuncias sobre el índice de delitos, entre cinco o 10 cada mes –con el robo de motos en la cima del ranking – el médico forense cree que los ajusticiamientos asustan a los delincuentes y por eso desaparecen un tiempo, hasta que se les pasa el miedo.

La última muerte a mano de vecinos fue el 7 de noviembre del año pasado. El informe forense dice que Gerardo Mérida García, de 25 años, fue encontrado colgado de un árbol de palo santo, con signos de violencia y hematomas en toda su humanidad y que la causa de su muerte fue probablemente por asfixia mecánica por estrangulamiento con soga delgada.

Desde aquel día no se presentaron denuncias oficiales de robo de motocicletas, revela el director de la Felcc, sin ningún tono de orgullo, porque sabe – lo afirma – que la lucha contra el delito se apoya más en la política del terror que en los esfuerzos de sus pocos hombres.

Los policías se sienten con las manos atadas y creen que sus vidas, si se hicieran los machitos, penderían de un hilo. El 2009, el Comando fue reducido a mero observador de una matanza. La Unidad Móvil de Patrullaje Rural (Umopar) detuvo a cuatro personas que corrían por la carretera en un vehículo tipo taxi. En el interior del motorizado encontraron armas y los metieron a la celda policial. Solo bastó una hora para que miembros de un sindicato de transportistas lleguen hasta ahí para hacer saber que esos cuatro ‘tipos’ habían intentado robar 45.000 dólares del interior de la casa de uno de sus afiliados.
La gente se alborotó y a los detenidos se los quitaron a la Policía de las manos.

La masa se entró por la parte trasera del edificio y mientras cortaban el candado de la prisión con una sierra, los presos Bladimir Herrera Tintaya (32), Edgar Alba Caero (21), Eldy Eliot Villalba Chávez (28), desesperados como cebras atacadas por felinos, rompieron la ventana de la cárcel y cayeron de las brasas al sartén, directo a los brazos de sus enemigos que primero les dieron con palos y luego los colocaron encima de una llanta de camión donde estuvieron ardiendo horas hasta convertirse casi en cenizas.

Reportaje del periodista Roberto Navia gana premio Rey de España

El trabajo "Tribus de la Inquisición" realizado por el periodista que trabaja actualmente en EL DEBER narra sobre el linchamiento de un señor acusado por robar un camión.
Reportaje de Navia gana premio Rey de España de Prensa
Hay premiados de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, España y Perú
 
Roberto Navia Gabriel
El reportaje "Tribus de la Inquisición" sobre un linchamiento, escrito por el periodista boliviano Roberto Navia Gabriel, ha sido galardonado este viernes con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en la categoría de Prensa.

El reportaje, que fue publicado por el El DEBER el 14 de mayo, narra cómo el 2 de julio de 2013 una multitud roció con gasolina y prendió fuego a Roberto Ángel Antezana, acusado, junto a algunos familiares, del robo de un camión.

Los hechos ocurrieron en Ivirgarzama, pequeña localidad del centro de Bolivia y, pese a la ley del silencio, el autor consiguió el testimonio de supervivientes y del fiscal enviado a investigar el caso y consiguió con el reportaje acercar a los lectores a una práctica que persiste en el país.

El jurado valoró "la denuncia que plantea este artículo, en el que, además, se da la voz a los supervivientes, sus familiares y autoridades enviadas a solucionar esta situación"

El trabajo de Navia fue votado por unanimidad entre los 59 trabajos que se presentaron en la edición XXXII de estos premios.

Dotado con 6.850 dólares y una estatua en bronce del artista Joaquín Vaquero Turcios, el premio está patrocinado por OHL, grupo internacional de concesiones y construcción.
Roberto Navia Gabriel (1975) trabaja en el área de reportajes de investigación de EL DEBER y en suplemento dominical Séptimo Día.Navia Gabriel fue galardonado con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2007 en España y es premio Nacional de Periodismo 2005 en Bolivia.

Agencia EFE y la AECID organizan el galardón Los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España se conceden anualmente desde 1983, en el que fueron creados por la Agencia EFE y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).

Actualmente existen seis categorías: Premio Internacional de prensa, televisión, radio, fotografía, periodismo ambiental y desarrollo sostenible y Periodismo Digital. Todos ellos otorgan al ganador 6.000 Euros, equivalente a 6.850 dólares.

1.15.2015

Se cumplen 34 años de la masacre de la calle Harrington


 Luis Arce Gómez (arriba) fue sentenciado por la masacre de la calle Harrington y otros delitos.  
34 años después de la masacre de la calle Harrington se recuerda a los ocho militantes del MIR que fueron acribillados por la represión de García Meza.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar / La Paz
“Es inútil ametrallar a las montañas”, se lee en el memorial del Cementerio General a los caídos en la masacre de la calle Harrington, a quienes se recuerda hoy, a 34 años de haber sido asesinados por agentes de Luis García Meza y Luis Arce Gómez.
Artemio Camargo, José Reyes, Ricardo Navarro, Ramiro Velasco, Arcil Menacho, Jorge Baldivieso, José Luis Suárez y Gonzalo Barrón, todos miembros de la Dirección Nacional del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fueron acribillados por miembros de las Fuerzas Armadas.
José Coco Pinelo, militante del MIR a quien los días posteriores a la masacre se encomendó hacer la investigación interna de los hechos, también debía participar en esa reunión del 15 de enero de 1981 en la calle Harrington.
Pinelo había ingresado al país en la clandestinidad y estaba oculto en una casa de la calle 15 de Calacoto, propiedad de unos militantes que nunca quisieron publicar su adscripción. Se reincorporaría a la militancia justamente en la reunión que tendría lugar a las 17.00 en la Harrington. Paralelamente, habría otra cita en el parque Uruguay (actual mercado Uruguay).
Los resultados de la investigación interna que hizo Pinelo concluyeron que el campesino A.A., hijo de un miembro del Bloque Campesino del MIR y encargado de cuidar la oficina del partido de la Mariscal Santa Cruz, era el agente infiltrado que dio a conocer que ese 15 de enero habría una reunión de la dirección nacional del MIR, sin embargo, las FFAA aún no sabían del lugar.
“Ni Gregorio Andrade ni Gloria Ardaya (sobrevivientes de la masacre) tuvieron nada que ver con esto, sino este otro compañero A.A., quien pasó la información”. “Estábamos infiltrados”, lamenta. La investigación interna llegó a la conclusión de que como las FFAA no tenían la dirección de la reunión, montaron tres operativos. Uno en la calle 15 de Calacoto, donde se ocultaba Pinelo.
“El infiltrado conocía esa casa”. El agente hizo seguimiento la mañana del 15 de enero al miembro de la dirección nacional Gregorio Andrade. Lo siguió hasta la calle 15. “Ahí montaron el primer operativo de seguimiento”.
A esa casa luego llegaron tres de los militantes para recoger a Pinelo y Andrade, y dirigirse a la cita de la calle Harrington (Navarro, Velasco y Suárez, quienes luego fueron masacrados). No obstante, la dueña de casa se opuso a que Pinelo asistiese: “Acaba de llegar, todavía no está seguro en su lugar de trabajo en la clandestinidad” le dijo. Pinelo nunca olvidó esas palabras. “Entonces dije que iría a la reunión del parque Uruguay. A eso también se negaron todos”. Entonces, los políticos partieron de Calacoto seguidos de los agentes de la represión.
“Les quedaba dos hipótesis: una, que la reunión sería en una casa de Alto Obrajes que tenían fichada”. Esta opción fue desestimada al ver que los objetivos de la dictadura se alejaban de ese barrio. Entonces vieron que se dirigían hacia la Harrington, donde había una casa que también tenían bajo observación. “Veinte minutos antes de que lleguen a la reunión los compañeros, las FFAA ya estaban rodeando la Harrington. Gloria Ardaya (sobreviviente) se salva porque llegó antes que los militares”, relata.
La reunión se instaló. No obstante, Andrade la abandona para asistir al encuentro del parque Uruguay (al cual también asistió A.A.). Cuando llegó Andrade, los detuvieron, y el infiltrado, al ser golpeado, dijo a los agentes: “Trabajo para ustedes” y sacó una credencial que lo vinculaba con los militares.
El infiltrado pagó cárcel por estos hechos; sin embargo, Pinelo asegura haberlo visto en la calle, aunque desconoce si salió libre por haber cumplido su sentencia o por efecto de alguna irregularidad. La balacera en la Harrington se inició entre las 17.00 y 17.30. Andrade fue torturado hasta que decidió llevar a los militares a la Harrington. “Nadie aguanta una tortura, sin embargo, cuando llegaron, la masacre había terminado”.
Casi el total de la dirección del MIR había sido asesinado. “No sucedió algo así en toda Latinoamérica. Que toda la directiva de un partido sea exterminada”, lamenta la exmilitante del MIR Erika Brockmann. Treinta y cuatro años después, ella recuerda a los asesinados: “Los ocho son un emblema de la democracia”. Hoy a las 10.00 habrá un acto de la UMSA en el atrio del Monoblock central para recordar esos trágicos hechos


1.08.2015

Búsqueda desenfrenada de los autores del ataque terrorista a Charlie Hebdo, que dejó 12 muertos

En Francia, este jueves se vive una jornada de luto nacional. El presidente Hollande instruyó que las banderas flameen a media asta durante tres días en todo el país. La revista continuará sus publicaciones la semana próxima.
Las portadas de los diarios en Francia expresaban su rechazo total al atentado a la revista Charlie Hebdo, que se cobró la vida de 12 personas
Las portadas de los diarios en Francia expresaban su repudio al atentado a la revista Charlie Hebdo, que se cobró la vida de 12 personas

AFP/EFE
Una persecución desenfrenada se registra este jueves en Francia para capturar a los dos hermanos, uno de ellos yihadista conocido, presuntos autores del cruento atentado cometido la víspera contra el semanario satírico Charlie Hebdo, con el telón de fondo de duelo nacional y homenajes a las víctimas.

Los dos sospechosos del atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo fueron vistos el jueves por la mañana en el norte de Francia, cuando iban a bordo de un coche Clio gris con armas de guerra, indicaron fuentes cercanas al caso.

"La prioridad es ante todo perseguir y detener a los terroristas que cometieron ese atentado. Miles de policías, gendarmes e investigadores están movilizados", dijo el primer ministro Manuel Valls en declaraciones radiales.

Según las autoridades, siete personas fueron detenidas el miércoles y están siendo interrogadas. Se trata de allegados de los dos sospechosos, Chérif y Saïd Kouachi, de 32 y 34 años de edad. Un joven de 18 años, sospechoso de complicidad, se entregó a la policía por la noche.

Francia guarda un minuto de silencio

Este jueves, Francia guardó un minuto de silencio al mediodía en memoria de las víctimas de la masacre ayer en el semanario satírico Charlie Hebdo, en la que murieron doce personas y otras once resultaron heridas.

La catedral de Notre Dame de París hizo sonar sus campanas a las 12:00 (hora francesa) para recordar a los fallecidos en el ataque perpetrado supuestamente por tres personas, entre ellas los hermanos Kouachi, que se dieron a la fuga y están siendo buscadas por las fuerzas de seguridad.

En París, cientos de personas se concentraron en la céntrica plaza de la Republique, donde ayer se celebró unas masiva concentración de repulsa, mientras que en otras localidades como Toulouse (sur), miles de personas se unieron de forma espontánea al homenaje, que culminaron cantando La Marsellesa, el himno nacional.

Cuatro dibujantes franceses han muerto

Los cuatro dibujantes franceses del semanario "Charlie Hebdo" asesinados en París engrosan la lista de caricaturistas e ilustradores cuyo trabajo acabó manchado de sangre en los últimos años.

Los dibujantes Charb, de 47 años; Cabu, de 77; Tignous, de 57; y Wolinski, de 80, perdieron la vida junto a otras ocho personas en el atentado perpetrado en París contra el satírico semanario por la publicación de unas caricaturas del profeta Mahoma consideradas blasfemas por tres extremistas islámicos armados con kalashnikov.

Los cuatro se sumaron a otros casos de dibujantes muertos en diversas circunstancias, pero con el denominador común del ejercicio de su profesión.

El atentado contra Charlie Hebdo, el más mortífero cometido en Francia en medio siglo, hizo salir a las calles a más 100.000 personas, que el miércoles por la tarde manifestaron en la capital y otras ciudades de Francia, y provocó indignación en el mundo entero.

ANP condena atentado contra semanario francés

Asimismo, la asociación de la Prensa, reprochó el deseo de silenciar a los medios de comunicación independientes y libres en acciones violentas como la que sucedió en Paris.
ANP condena atentado contra semanario francés
“Je suis Charlie” (Yo soy Charlie, en español) es la frase que en todos los idiomas simboliza la solidaridad con la revista. Foto: JOHN MACDOUGALL
La Paz, 7 Ene. (ANF).- La Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia (ANP) expresó este miércoles su “condena y rechazo” al atentado terrorista sufrido por el semanario francés Charlie Hebdo y lamenta profundamente la muerte de 12 personas, entre ellas periodistas gráficos.Una docena de personas fallecieron este miércoles víctimas de un tiroteo en la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo en París. Otras 11 personas resultaron heridas, según la prensa internacional. La revista fue víctima de un atentado tras la publicación de varias caricaturas del profeta del islam Mahoma, lo que irritó a sectores radicales.
“La ANP se adhiere al duelo declarado por el gobierno de Francia y se solidariza con las familias de las personas que ofrendaron su profesión, su facultad de expresar ideas y su propia vida por la preservación de las libertades consagradas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948”, señala un comunicado de la ANP.
La entidad que agrupa a los principales diarios de Bolivia, afirmó que la libertad de expresión “no se mata con la violencia” y que una sana democracia es un escenario de debate abierto de ideas, “sin censura y con amplio respeto a todos los sectores sociales”.
Asimismo, la asociación de la Prensa, reprochó el deseo de silenciar a los medios de comunicación independientes y libres en acciones violentas como la que sucedió en Paris.

12.01.2014

Asociación de Periodistas de Santa Cruz: Chile desminó solo 25% de la frontera con Bolivia

Asociación de Periodistas de Santa Cruz: Chile desminó solo 25% de la frontera con Bolivia: Chile se preparó para la guerra; estuvo en apronte entre 1974 y 1983 ante eventuales tensiones con sus vecinos o para repeler a los llamad...

Chile desminó solo 25% de la frontera con Bolivia

Chile se preparó para la guerra; estuvo en apronte entre 1974 y 1983 ante eventuales tensiones con sus vecinos o para repeler a los llamados enemigos internos de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). El cruel legado de este periodo aún está activo con miles de minas sembradas en terrenos cercanos a las fronteras con Argentina, Bolivia y Chile. La amenaza, especialmente presente en el norte del vecino país, llega hasta el Estrecho de Magallanes y a las islas del Canal del Beagle donde se sembraron estos artefactos hace 30 años cuando una crisis con Argentina estaba al borde de la tragedia bélica. La mediación del papa Juan Pablo II evitó un conflicto bélico y posibilitó un acuerdo de paz.
 Tapa Informe.
La portada de Informe La Razón que circula hoy 1 de diciembre junto a la edición impresa.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El informe que Santiago entregó a principios de este año al secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-Moon, señala que un total de 64.402 minas todavía estaban enterradas en sus fronteras en diciembre de 2013. El reporte, al que accedió Informe La Razón, está vinculado a las obligaciones derivadas de la Convención de Ottawa, suscrita en 1997 a instancias del organismo global, pero allí no se precisa la cantidad de estos explosivos que a la fecha están específicamente en la frontera con el país.
Cuando el Ejército chileno comenzó el proceso del “desminado humanitario” (21 de julio de 2005) se estableció que un total de 118.377 explosivos se enterraron en los límites fronterizos del vecino país; 22.988 de estos artefactos antipersona y 1.100 minas antitanque distribuidos en 42 campos estaban a lo largo de los 850 kilómetros de frontera que comparten Bolivia y Chile. El porcentaje de desactivación en el límite común, según el ministro boliviano de Defensa, Rubén Saavedra, llegó hasta el momento solo al 25%, una cifra alejada de las metas que Santiago se había propuesto hace nueve años, cuando proyectó eliminar los explosivos hasta 2006, seis años antes del plazo establecido por la Convención de Ottawa.
Este instrumento multilateral fue suscrito el 3 de diciembre de 1997; un año después el pacto fue ratificado por Bolivia y Perú, mientras que el Congreso de Chile validó la normativa en 2001 y se adscribió así al plazo de diez años para la erradicación de los mortales objetos de todas sus fronteras, aunque ya en 1999 realizó ejercicios para anular los explosivos en una zona próxima a Visviri-Charaña. “Chile, que se comprometió a destruir todas las minas antipersonales sembradas a más tardar el 1 de marzo de 2012, entró en moratoria al haber desactivado solo 25%, cuando hasta 2012 debía desminar el 100%”, puntualiza Saavedra.
Durante la XI Reunión de los países que son parte de la convención, efectuada a fines de 2011 en Camboya, Chile pidió una prórroga de ocho años para cumplir este compromiso internacional. Alegó que la destrucción de las minas se complicó porque en muchos casos éstas se plantaron en zonas de difícil acceso y susceptibles de ser removidas por las lluvias. Bolivia protestó por la prórroga concedida hasta 2020 y, entonces, demandó mayor información sobre los trabajos de desmantelación de los artefactos en el marco del acuerdo multilateral del que son parte 162 Estados. De hecho, los países que poseen minas deben entregar informes anuales a Naciones Unidas, que es la instancia que monitorea el cumplimiento de esta convención humanitaria.
PELIGRO. El informe de desminado de 2013, presentado por Chile, revela que 9.512 minas están en zonas donde no se tiene certeza exacta de su ubicación. El reporte señala que estas zonas se han señalizado para evitar que los explosivos detonen y provoquen daños personales.
En la región de Arica-Parinacota, contigua a Bolivia y Perú, existían 9.360 minas sin ubicación exacta; 152 en la región de Antofagasta que tiene frontera con el sudoeste de Potosí. “Las cantidades de minas señaladas son aproximadas”, advierte el documento, suscrito por el secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Desminado de Chile, Juan Mendoza.
Las precipitaciones pluviales en la Cordillera de los Andes provocaron deslizamientos y el sorpresivo “escurrimiento de agua al interior de la Quebrada Escritos”, cercana al área de frontera que Chile comparte con Perú y Bolivia; el área afectada es de 167.353 metros cuadrados que está declarada como “área de peligro”. Las nevadas de junio y julio de 2012 ocasionaron el desplazamiento de minas en el sector de Ollagüe, próximo al sudoeste boliviano y el área afectada allí es de 466.350 metros cuadrados. En otros casos la información no es precisa porque se desmantelaron algunas áreas minadas antes de la vigencia plena de la convención, pero el reporte insiste que estas zonas están protegidas con alambres y letreros escritos en castellano, inglés y alemán (en algunos casos en aymara) que avisan que hay minas antipersonales.
Las armas enterradas en las fronteras tienen una sensibilidad de cinco kilogramos de peso, es decir pueden detonar con la presión de la pisada de una persona adulta. Santiago registró hasta septiembre del año pasado 152 víctimas por la explosión de estos artefactos, 88 de ellos militares chilenos. La lista precisa que 29 personas murieron por efecto de estas armas, 12 de ellas pertenecientes a las Fuerzas Armadas del vecino país. El informe no establece la nacionalidad de los afectados por las explosiones.
Cuando en julio de 2005 comenzaron los trabajos de desactivación de las minas, el Ministerio chileno de Defensa había registrado 123 víctimas; 23 fallecidos y 100 heridos, entre ellos 48 civiles (27 chilenos, 15 peruanos y seis bolivianos). En nueve años, el registro de ciudadanos afectados por los explosivos subió en 29; de hecho, la sensación de peligro en las zonas fronterizas de Bolivia se ha incrementado y hay reclamos de acceso a mayor información.
“Hay más víctimas por las minas y nadie sabe qué ha ocurrido con ellas, porque no fueron socorridos ni por el Gobierno chileno ni por el boliviano”, denuncia Rubén Ayca, quien en 1982 junto a su hermano sufrió un accidente con un explosivo. Este ciudadano vive hoy en la ciudad de La Paz.
Desde Chile, Elir Rojas Calderón, geógrafo y consultor en desminado humanitario, explica que si bien una mayoría de las víctimas se produjo en la década de los años 80, entre 2012 y 2013 se reportaron accidentes que lesionaron a peruanos y colombianos cuando intentaban trasponer la frontera por un paso ilegal. Rojas dibujó los mapas del 90% de los campos minados que existen en su país a excepción de las zonas ubicadas en las islas al sur del Beagle, en la Antártida. “El problema de terminar con los campos minados pasa por muchas situaciones complejas en contextos geográficos, climatológicos, financieros, de recursos humanos, logística y varios más”.
Informe La Razón habló con 15 alcaldes de municipios fronterizos de Oruro y del sudoeste de Potosí. Estas autoridades tienen contabilizados a siete afectados por los explosivos, uno más que el recuento que hizo Chile en 2005. Rubén Ayca perdió una pierna y su hermano Jonás uno de los ojos; en tanto Molio Tancara falleció tras ser impactado por un explosivo, según los testimonios recogidos. Adicionalmente, el ciudadano Rómulo Choque y su hijo fueron afectados por la detonación de una mina junto a su chofer. La situación de éstos es desconocida al igual que la del ciudadano Abdón Ticona.
En las comunidades bolivianas fronterizas de Bella Vista, Sillajhuay (Llica-Potosí) y Huayllas (Coipasa-Oruro) existe temor en los pobladores por la presencia de estos peligrosos aparatos; ellos se ven cohibidos de usar los bofedales ante la sospecha de tener allí uno de los explosivos compuestos por TNT. Eso sucede por ejemplo con el río Cancosa, que ingresa desde Chile y discurre a la comunidad potosina de Bella Vista, cerca de la región chilena de Tarapacá donde los desminadores chilenos detectaron la presencia de 1.012 minas. El área, empero, no se halla registrada como “área de peligro”, según el informe presentado por la Comisión Nacional de Desminado a la Organización de Naciones Unidas.
Los artefactos, que pueden pesar unos 98 gramos, fueron sembrados hace 30 años en esa zona donde existen quebradas y lechos de río. Según Rojas, los explosivos fueron desplazados de su lugar original por efecto de las lluvias. “Esto quedó comprobado en el río Cancosa laguna Casiri en Tambo Quemado, en Chilcaya y en Ascotan en Quebrada del Inca, por nombrar algunos sectores”, corrobora el geógrafo. En Bella Vista murieron dos llamas entre junio y agosto, según pudo evidenciar Informe La Razón.
Personal. ¿Algunas minas antipersonales chilenas pudieron ser desplazadas a territorio boliviano? ¿El país tiene personal técnico para desactivarlas? Samuel Montaño, experto boliviano en análisis de armas y defensa, sostiene que en el país no existe una unidad militar especializada. El comandante de la II División del Ejército, acantonada en Oruro, Luis Fernando Benavides, señala que “existe personal especializado”, pero aclara que corresponderá la desactivación de estas minas “a quienes las implementaron (los chilenos)”.
En La Paz, Juan José Lima, director del Centro de Estudios sobre Justicia y Participación (CEJIP), recuerda que tanto Chile como Bolivia son Estados parte de la Convención de Ottawa, por lo que ambos “están en la obligación de desactivar las minas antipersonales, que se hallan en sus territorios”. Hasta el momento, no se ha corroborado la presencia de estas amenazas en territorio nacional. Lima precisa además que el Estado tiene “la obligación de garantizar la seguridad y la salud como un derecho constitucional de todos, por lo que se deberían sumar esfuerzos para desactivar estos artefactos en territorio boliviano”. CEJIP hizo solicitudes para que el Ejecutivo desarrolle programas educativos para hacer conocer el riesgo a las comunidades cercanas.
El abogado cree también que las Fuerzas Armadas en Bolivia deben publicar la ubicación de las zonas donde existe munición militar sin estallar (denominadas UXOs por su sigla en inglés) “que convierten extensiones de terrenos en campos similares a los campos minados”.
Elir Rojas, experto en minas en Chile, remarca que “será imposible encontrar el 100% de las minas sembradas en todo Chile”. En tanto, el ministro Saavedra insiste que la prórroga hasta 2020 concedida en favor de Santiago “ha producido efectos desfavorables” y en todo caso advierte que Bolivia “no permitirá mayores demoras y que requerirá a Chile para que cumpla su compromiso de destruir y remover las minas antipersonales sembradas a lo largo de su frontera”.
Rojas, al igual que Lima, maneja que Bolivia y Chile tienen obligaciones. “Que Bolivia no tenga en su territorio zonas minadas o que al menos no lo haya declarado, no le exime de otras obligaciones, como la educación sobre el riesgo de minas, reducción del riesgos para la población civil y atención a las víctimas”.
En Oruro, donde hay al menos ocho municipios que viven atemorizados por las minas, el general Benavides opina que en Chile “existe falta de voluntad para cumplir los tratados internacionales establecidos” para la eliminación definitiva de estas amenazas para la población.
Hasta el 31 de diciembre del año pasado, la Comisión Nacional de Desminado de Chile había detectado la presencia de 39.143 minas (no se precisa si son antitanque o antipersonal) en Chacalluta, la planicie desértica que divide a Perú y Chile. Es la cantidad más alta de artefactos explosivos que Chile sembró en la década de los años 70 y donde concentró sus esfuerzos para desactivar los explosivos con el apoyo de la ONG Norwegian People AID.
El 30 de junio, el canciller peruano Gonzalo Gutiérrez reclamó a Chile por la lentitud del proceso de desminado y desde Bolivia, el presidente Evo Morales lamentó que la desactivación se haya paralizado. “(Ricardo) Lagos y (Michelle) Bachelet creo que ni siquiera llegaron al 30% de desminado, pero (de) Sebastián Piñera tengo información y, espero no equivocarme, ha paralizado totalmente el desminado entre Bolivia y Chile”, se quejó el Mandatario el 25 de marzo de 2013.
Entre 2006 y 2011, La Paz y Santiago acordaron el desarrollo de “las confianzas mutuas” que incluía el traspaso de información sobre el desminado. Al momento, el proceso se encuentra congelado.