6.14.2016

Pedro Rivero Mercado hizo de su diario la conciencia de Santa Cruz

Con el director de EL DEBER muere el testigo de una época, la de los cruceños que transformaron el pueblo en ciudad con el sudor de su frente. Surgió de la pobreza y cuando pudo ayudar no dudó en tender la mano
Solía pasar unas 10 horas al día en su oficina de EL DEBER. Allí escribía sus obras y los editoriales
Solía pasar unas 10 horas al día en su oficina de EL DEBER. Allí escribía sus obras y los editoriales
Cuando un periodista terminaba de esculpir su nota sobre el papel sábana, comenzaba el ritual. Primero debía arrancar el texto de los rodillos de la máquina de escribir de color negro y después armarse de valor para mostrársela al director. Sentado en su escritorio austero, Pedro Rivero Mercado, detrás de una máquina color verde agua que había perdido la pintura en los extremos del teclado, miraba a través de unos lentes gruesos, de pasta. Tomaba la hoja amarillenta, la leía con atención y luego decía: “Eso que usted escribió no es así. Es de esta manera. Recuérdelo para la próxima”.

Pedro Rivero Mercado no corregía, daba lecciones al par de periodistas que trabajaban con él en un periódico moribundo, destinado a ser comido por un monstruo que se llamaba El Mundo. Ante la fuerza del matutino, fundado por los empresarios privados ya habían claudicado El País, La Crónica y Progreso, los tres diarios artesanales que competían con EL DEBER. Las cuentas estaban en rojo, los anunciantes preferían el color de la rotativa de El Mundo al negro mortuorio de EL DEBER.

Pero Pedro Rivero Mercado era terco. Quemaba su vista revisando una a una las notas que se publicarían al día siguiente, incluido los necrológicos. A veces, también, tenía que escribir el horóscopo. Eso sí, sabiendo que es más fácil ver la paja en el texto ajeno que la viga en el propio, no publicaba un solo editorial sin que Luis Antelo, su amigo y corrector, lo leyera antes.

Así era Pedro Rivero Mercado, el segundo de los cinco hijos de Guillermo Rivero Arriaza y Blanca Elena Mercado; el niño que se crio entre los barrios San Roque y San Francisco; el buen alumno de la escuela Obispo Santistevan que quedó huérfano a los 11 años, cuando su padre, el diputado de la Convención de 1938, no se pudo recuperar de la afección que lo siguió desde La Paz. Así era el adolescente Pedro Rivero Mercado, fundador del satírico El Tijeretazo en el Nacional Florido, el enamorado de Rosa Jordán, a la que le escribía poemas antes de salir bachiller, en 1950, y le mandaba cartas infinitas en su año de ‘exilio’ en Cochabamba, cuando trató de estudiar Medicina.

Era el mismo Pedro Rivero Mercado al que Rosa le dio el sí un 21 de febrero de 1953 y que trabajaba como maestro en la escuela nocturna mientras estudiaba Derecho en la Universidad Gabriel René Moreno. Fue el mismo hombre que trabajó en EL DEBER, en 1953; que fue reportero y luego jefe de redacción en Progreso, en 1961; el que fundó y dirigió con otros jóvenes el Diario del Oriente, en 1965, y el que refundó, mantuvo e hizo grande a EL DEBER en su segunda época.

También, Pedro Rivero Mercado era el hombre adulto, padre de cinco hijos, que estaba pensando muy en serio aceptar una propuesta que los empresarios creían que no podía rechazar: convertir a EL DEBER en un vespertino, a cambio que El Mundo se lo imprimiese. Sus problemas económicos desaparecerían al mismo tiempo que su independencia.

“Rosa me dijo que no lo aceptara, que no los iba a aguantar ni un mes. Ahí solicitamos un crédito a un banco muy cruceño y nos lo negaron porque ellos eran accionistas de El Mundo. Fue el Banco de Cochabamba que nos hizo el préstamo a sola firma.

Desde ese momento hice un trato con Rosa: nunca enterarme de la situación económica del periódico”, contó sentado en un sillón de cuero en una oficina amplia, en la que había un escritorio tan grande como una mesa familiar, en la que no había un solo centímetro cuadrado libre de papeles, libros o fotos familiares.

Era marzo de 2000 y EL DEBER era ya un monstruo con 300 trabajadores. Él ya era un mecenas laureado, un escritor de poemas y estaba a punto de convertirse en novelista, pero no había roto su trato con Rosa, todavía no sabía cuál era la situación económica de su empresa. De eso, de cuidar el dinero, se encargaban las mujeres de la familia, mientras que los varones cuidaban la redacción.

Un innovadorRosa Jordán supo leer a Pedro Rivero Mercado incluso antes de casarse con él. Por eso sabía que no servía para médico, que lo suyo eran las letras. “En el colegio ganaba concursos de poemas, dirigía periódicos, me dedicaba poesías. Por eso creo que él escogió bien su profesión, que hizo bien al estudiar Derecho y dedicarse al periodismo”, contó.
Pedro Rivero Mercado nunca le escapó al trabajo.

Así lo recuerda su hermano Marcelo, su yunta en una niñez difícil en la que no bastaba con ir a hacer las compras, sino también había que cocinar para toda la familia, una herejía en la sociedad machista de la primera mitad del siglo XX.

Cuando comenzó a dirigir EL DEBER, Pedro Rivero Mercado combinaba su negocio con otros tres trabajos: era secretario de la Federación Médica, funcionario de la Cámara Junior y secretario privado de Ramón Darío Gutiérrez, fundador de San Aurelio y el hombre más acaudalado de Santa Cruz por ese entonces. Lo recuerda Elvio Montero, su fotógrafo y escudero de esas andanzas. “Comenzaba a trabajar a los cinco de la mañana para don Ramón Darío Gutiérrez, un viejo frega’o, pero lindo. A las diez ya estaba en EL DEBER, que funcionaba en la esquina de la Bolívar y Beni”.

Elvio lo describe como un tipo estricto, “como debe ser todo hombre que quiera triunfar en la vida” y fue testigo del nacimiento de Sociales. Eran épocas de vacas flacas. La publicidad se escurría hacia El Mundo y Pedro Rivero Mercado decidió festejar su cumpleaños. Organizó un almuerzo en el jardín botánico e invitó a toda la sociedad cruceña de ese tiempo, a sus amigos. No faltó nadie.

Elvio Montero fotografió a cada grupo de gente y al día siguiente se publicó una página solo de fotografías con un montón de pequeños rostros en cada una de ellas. El periódico comenzó a venderse más y las páginas de Sociales se convirtieron en dos, luego en cuatro y después en ocho. También Elvio Montero fue testigo cómo Pedro Rivero Mercado aprovechó la euforia de los juegos Odesur de 1978 para una nueva sección, Deportes. La dirigiría su hijo, Pedro Fernando (Choco), que acababa de volver de estudiar de Argentina.

A cargo de la redacción ya estaba Willy (Guillermo), su primogénito, que junto a Jorge Arancibia eran encargados de cazar noticias. En Sociales quedó María del Rosario (China), la mayor de sus hijas, mientras Sonia (Negra) vivía colgada del teléfono, hablando con gerentes de empresas que preferían publicar en El Mundo, para convencerlos de apostar por EL DEBER. Juan Carlos (Cacho), el surrapo, todavía era un alumno del colegio Marista y pronto partiría a EEUU para graduarse de ingeniero. Ni así fugaría del negocio familiar. Volvió en los 90 y comandó las transformaciones del diario tradicional a uno acorde con el fin de siglo.
Ya para ese momento Pedro Rivero Mercado era parte de la historia. EL DEBER no era un periódico que se editaba en dos cuartos, sino en un edificio de cinco pisos. Ahí sintió que era momento de devolver. Financió discos, compró cuadros, construyó y equipó bibliotecas en barrios cruceños y de El Alto, editó libros ajenos y aceptó ser embajador de Bolivia en la Unesco. Fue a principios de siglo y se sentía en la necesidad de mostrar Bolivia en París. Quería llevarse el Carnaval de Oruro, una diablada a las calles de la vieja capital del mundo. Cuando las fraternidades no se pusieron de acuerdo, decidió llevarse a Santa Cruz a la Unesco.

Primero dejó escuchar las cuerdas de Piraí Vaca, luego dejó ver las obras colorinchis de Ejti Stih y Mamani Mamani. Invitó un bufé de majadito intercultural, con charque de llama, y a las cenas se ‘colaban’ los mendigos de la ciudad luz. La Quincena de Bolivia en París terminó mostrando que Bolivia tenía alta costura con las creaciones de Tery y Keni Gutiérrez desfiladas por Las Magníficas al son de la música misional encarnada en la Orquesta y Coro de Urubichá. Los jóvenes guarayos le tenían una sorpresa.

Cuando acabó la música solemne, sumaron un tambor chiquitano a los instrumentos europeos y sonó ¡Ay!, Surazo, el carnaval de Percy Ávila y a Pedro Rivero Mercado le picaron los pies. Abandonó la solemnidad, recordó la fiesta del 17 de agosto de 1948 en la que enamoró a Rosa Jordán y la invitó a bailar. Allí, en el escenario enorme, tan alto como un edificio de tres pisos, Pedro y Rosa llevaron el Carnaval cruceño a París. Así, solemne e impredecible a la vez, era Pedro Rivero, el hombre que hizo grande al diario que se transformaría en la conciencia de los cruceños

Cronología

1931
19 de octubre
Nació Pedro Rivero Mercado, el segundo de cinco hijos del matrimonio entre Guillermo Rivero Arriaza y Blanca Elena Mercado.

1948
17 de agosto
Pedro Rivero Mercado conoce a Rosa Jordán Amelunge en un cumpleaños. Solo se separarían un año, cuando Pedro Rivero Jordán se fue a Cochabamba para estudiar Medicina.

1950
Noviembre
Se gradúa como bachiller del Colegio Nacional Florida. Allí dirigía el periódico El Tijeretazo.

1953
21 de febrero
Se casa con Rosa Jordán y comienza a estudiar Derecho en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. De su matrimonio nacerían luego Guillermo Edmundo (Willy), Pedro Fernando (Choco), María del Rosario (China), Sonia Teresa (Negra) y Juan Carlos (Cacho).

1965
11 de febrero
Asume la dirección de EL DEBER, tarea que lo mantuvo ocupado hasta su muerte, la madrugada del 13 de junio de 2016.

1984
En verso
Ya había publicado Una vez al año, pero se lanza en solitario con Las cien mejores poesías de Gustavo Adolfo Baca. Le seguirían Las bienandanzas de un Quijote cruceño (1985), Las tres perfectas solteras (1987), Pataperreando (1988), Por hacer macanas (1990), Más allá del fin de los siglos (1995), Las palomas contra las escopetas (1988).

1987
21 de febrero
El Gobierno de la Nación le impone la máxima condecoración, medalla El Cóndor de Los Andes. Entre más de un centenar de otras distinciones, se destacan: Medalla al Mérito Municipal (1991), Premio periodismo y Cultura (1994), Bandera de Oro del Senado Nacional (1986), Premio Nacional de Cultura 1996 (1996), Premio Nacional de Periodismo (1995). Doctor Honoris Causa de Utepsa (2003) y Grand Prix Humanitaire de France- Medalla de Oro (2004).

2000
En verso
Con el nuevo siglo se estrenó como novelista. Editó Los gorriones del barrio. Tenía 69 años y el temor de no terminar su segunda novela. Escribió cinco más: Que Dios lo tenga donde no estorbe (2003), Empate a tres (2005); El ingenioso hidalgo don Quijote de La Guardia (2007), Retrato de un canalla (2008) y Dos mujeres (2010).

6.13.2016

Falleció Pedro Rivero Mercado y su partida enluta el periodismo boliviano

Adiós maestro y director del Diario Mayor

Pedro Rivero Mercado
 
Acompañado de su familia y tras una prolongada enfermedad, el director de EL DEBER, Pedro Rivero Mercado, falleció la madrugada de este lunes 13 de junio en Santa Cruz de la Sierra. Fue periodista, empresario, embajador y presidió casi todas las instituciones cruceñas. El pueblo cruceño llora su partida

              SENTIDO PÉSAME
A nombre de los periodistas de Bolivia expresamos a la familia Rivero Jordán y a todos los colegas de El Deber nuestro más sentida condolencia por el fallecimiento de don Pedro Rivero Mercado, estimado director del Diario Mayor y maestro de varias generaciones de periodistas del país.
Recordaremos con mucho cariño a Don Pedro por su permanente apoyo a las organizaciones gremiales de periodistas y por su inclaudicable defensa de la libertad de prensa e información. Sus reflexiones serenas y puntuales sobre el acontecer nacional expresadas en los editoriales de El Deber nos dejan enseñanzas valiosas a los periodistas nacionales.
Su contribución al periodismo nacional fue innegable, porque transformó EL DEBER y lo ubicó como el diario de mayor circulación nacional gracias a su modernización en cuanto a empresa, tecnología, diseño gráfico, estilo y lenguaje.

Paz en su tumba!
 
 
Daniel Castro      Ronald Grebe
Vicepresidente     Presidente
ANPB

Av.6 de agosto Nr. 2577, Edif. Las Dos Torres, Piso T,

Teléfono 2430340  e-mail: anpbol@gmail.com

5.23.2016

Asociaciones de periodistas rechazan las acusaciones del Ministro de la Presidencia


                                                                        


PRONUNCIAMIENTO

EN DEFENSA DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

A la opinión pública nacional e internacional:
La Libertad de Expresión es un derecho humano universal y está consagrada en la Constitución Política del Estado. A pesar de este reconocimiento, el intento de acallar a periodistas y medios de comunicación es una acción constante.

Rechazamos las acusaciones en las que se señalan a medios de comunicación y periodistas con supuestas intenciones de desestabilizar al actual Gobierno. Los periodistas y los medios de comunicación no se encuentran en ninguna “campaña golpista” porque la democracia es el bien más preciado de la sociedad y preocupación constante del periodismo boliviano.
La Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) y la Asociación Nacional de Periodistas de Bolivia (ANPB), remarcan el apoyo a periodistas y medios de comunicación social del país ante las acusaciones del ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana.

Una democracia sin Libertad de Expresión y sin Libertad de Prensa deja de ser democracia. La población tiene derecho a ser informada y este derecho universal es y será defendido tenazmente por periodistas y medios de comunicación.

Asociación de Periodistas de La Paz

Asociación Nacional de Periodistas de Bolivia

5.11.2016

Ministro Quintana procesa por sedición al periodista Wilson García Mérida

El periodista realizó la denuncia mediante su cuenta en Facebook, hecho que inmediatamente cobró la atención del gremio.
El periodista realizó la denuncia mediante su cuenta en Facebook, hecho que inmediatamente cobró la atención del gremio.
El comunicador denuncia 'persecución' por parte del ministro de la Presidencia. Debe acudir mañana ante la Fiscalía de Cochabamba y anticipa que podría resultar detenido

5.09.2016

Asociación de Periodistas de Santa Cruz distingue a profesionales

CARLOS VALVERDE
El periodista Carlos Valverde recibirá el Premio Nacional Libertad de Expresión
Se entregará el premio Nacional Libertad de Expresión al periodista Carlos Valverde. También se reconocerá la labor y la trayectoria de otros comunicadores de Santa Cruz
Este premio fue creado el año 2015, con el fin de destacar el trabajo desarrollado por periodistas durante su vida profesional, la coherencia ética ejercitada en el diario vivir, los logros académicos obtenidos y los valores y ejemplos que deja a los futuros comunicadores, explicó Hugo Salvatierra, presidente de la asociación.
Día del periodista
El Día del Periodista Boliviano fue instituido por el presidente Germán Busch, mediante decreto supremo de 1938, que reivindica los derechos de los trabajadores de la prensa, relacionados al seguro de salud y otros beneficios sociales, considerando a los periodistas como impulsores de la cultura del progreso colectivo, porque ejercen un beneficio positivo comparable al de la enseñanza, mereciendo por tanto el estímulo y la recompensa social.
 
Periódico La Calle

2.25.2016

Umberto Eco: “El síndrome del complot nos invade”

En una charla íntima y profunda en su casa de Milán, con el fallecido Umberto Eco, el autor de “Número cero”, su nueva novela sobre periodismo y los temas que más lo apasionan, como la búsqueda de la verdad.

Su refugio en Milán. Eco vive frente al magnífico Castillo Sforzesco. Allí recibió a Ñ y dijo cosas como ésta: “Los libros nacen de la experiencia obtenida escribiendo en los diarios”.                            


Ritos cotidianos. El autor mastica tabaco y bebe poco. “Mi mujer me esconde el whisky bajo llave”, cuenta.
Su refugio en Milán. Eco vive frente al magnífico Castillo Sforzesco. Allí recibió a Ñ y dijo cosas como ésta: “Los libros nacen de la experiencia obtenida escribiendo en los diarios”.
   
Clarín de Buenos Aires
 
Suena el teléfono en el segundo piso de este palazzo señorial que mira de frente al Castillo Sforzesco, antigua morada de los duques que se disputa con el Duomo el primer puesto entre las maravillas de Milán. Insistente, atrevido, el ring distrae por un momento a Umberto Eco, el dueño de casa, que está en plena faena de forense hurgando en las tripas de Número cero, su nueva novela.
–Responda, si le parece.
–No atiendo jamás el teléfono. Para salvarme la vida.
Irónico, el comentario de Il professore, como lo llaman aquí, suena a complot, argumento que Eco exprime en Número cero , donde enhebra los vicios del periodismo, la historia de Italia y la mirada de uno de los personajes sobre esos hechos históricos a través de la teoría del complot. “El síndrome del complot nos invade. Si usted busca en Internet encontrará una gran cantidad de complots, como que los estadounidenses nunca llegaron a la Luna o que las Torres Gemelas fueron destruidas por los judíos –dice Eco mientras mastica el tabaco de los cigarritos negros que dejó de fumar hace diez años. El complot nos consuela. Nos dice que no es culpa nuestra. Que algún otro organizó todo. Hay complots por todas partes. Están basados en fantasías y son falsos. Siempre he estado interesado en la influencia histórica que han tenido los falsos.”
–¿Decir algo falso es mentir?
–Pueden ser dos cosas distintas. Mentir es decir aquello que yo sé que es falso. En cambio decir una falsedad puede ser simplemente un error. Por ejemplo, Ptolomeo no mentía. El creía en serio que el sol giraba en torno a la Tierra. Como estudioso de semiótica, siempre he sostenido que lo que caracteriza a los signos, a los lenguajes, no es tanto que sirvan para nombrar lo que existe delante de nuestros ojos sino que sirvan para referirse a lo que no está. De este modo también sirven para mentir. El problema de la mentira y de lo falso siempre ha sido, desde el punto de vista teórico, muy importante para mí. Está ligado al problema que interesa a todo filósofo y que es el problema de la verdad. Establecer qué es verdadero es muy difícil. A veces es más sencillo establecer qué es falso.
–En su nueva novela usted no dice abiertamente que la prensa “falsea” pero…

–Siempre he escrito sobre los vicios del periodismo. Desde los años 60, cuando abría polémicas con amigos periodistas directores de diarios sobre la cuestión de si es posible separar los hechos de las opiniones, cosa que yo sostengo imposible. Siempre tuve en la cabeza una novela sobre el periodismo malo pero la fui postergando. También escribo en los diarios, con lo cual es una crítica que hago desde adentro.
No hay héroes en Número cero , una novela en la que los personajes están en búsqueda de una segunda oportunidad: la redacción de un diario que nunca verá la luz es la cruel excusa de Eco para teorizar sobre el periodismo mal ejercido, sobre la manipulación, sobre lo que en Italia se conoce como “la macchina del fango” (la máquina de barro, eso que nosotros llamamos “embarrar la cancha”): “Es un mecanismo que siempre existió. Los romanos lo hacían con los cristianos cuando decían que sus prácticas eran cuestionables. Se trata de liquidar al adversario deslegitimizándolo –dice Eco–. Pero en las últimas décadas este mecanismo de arrojar sospechas sobre algo o alguien se volvió moneda corriente.”
–La novela provoca cuando sus personajes teorizan sobre cómo se debe formular una desmentida o enuncian frases del tipo “No hace falta inventar las noticias, basta reciclarlas”.
–Sí, es cierto. Describe un diario. No pretende describir todos los periódicos pero habla de un diario malo. Me inspiré en muchos diarios que existen y ciertos aspectos también están presentes en los diarios buenos. Antes, si el presidente de los Estados Unidos no gustaba, como sucedió con Lincoln o con Kennedy, lo asesinaban y listo.
That’s correct.
Con Clinton, en cambio, se empezó a ver qué hacía debajo de las sábanas para desacreditarlo. Hoy se ataca al adversario tratando de demostrar que hace cosas inmundas. En la novela trato de evidenciar que para “la macchina del fango” no es necesario demostrar que el adversario es pedófilo ni que ha asesinado a su abuela. Basta hacer foco en una cosa normal sobre la cual se proyecta una sombra de misterio. Yo cito en la novela un caso real de un juez que había molestado con una sentencia suya a personas importantes y del cual un diario publicó que se lo veía en un parquecito, sentado en un banco, fumando decenas y decenas de cigarrillos y que tenía las medias de tal color. No hay nada de malo en eso. Pero se lo destacaba como para decir “mire qué extraño personaje”. Me sucedió también a mí. Un diario que no me amaba publicó: “Eco fue visto en un restaurante chino con un desconocido mientras comía con palitos”. Desconocido era para ellos, no para mí. Asumo que Milán, Roma y Bolonia están llenas de restaurantes chinos pero las pequeñas ciudades de Italia, no. Por eso la idea de uno que come con palitos tiene un halo de espionaje internacional.
–Entonces, ¿por qué escribe en diarios (es columnista de L’Espresso desde hace muchos años)?
–Tal vez porque de chico quería ser periodista. Y luego tuve un amigo, que era mayor que yo, que me dijo que no debía ser periodista, que debía escribir libros y luego vería que los diarios me pedirían que escriba para ellos. Y sucedió un poco así. Hay quien piensa que cuento en los diarios de un modo más aceptable lo que he escrito en mis libros. Pero es exactamente al revés. Los libros nacen de la experiencia obtenida escribiendo en los diarios. Escribir en la prensa a mí me da pie para una reflexión posterior más profunda.
–La novela habla descarnadamente de los mecanismos de la mala prensa pero no hace referencia al público lector.
–Se dice, y creo que es cierto, que una vez Berlusconi (dueño de un multimedio) dijo: “Mi público tiene una edad media de 12 años”. Un cierto periódico puede crearse un target como un narrador puede hacerlo. Pero hay una experiencia tremenda para el que escribe artículos y es que tal vez escriba para un público calificado pero su nota termina en manos de quien tiene la edad media de 12 años. Este es el problema de la comunicación de masas: que no se puede controlar cómo el mensaje arriba al target . Lo hemos estudiado mucho en semiótica. Una vez hablé de “guerrilla semiológica”. El problema no es cambiar los programas de televisión sino poner a alguien delante de cada televisor que lleve a la gente a discutir los contenidos de lo que acaba de ver, alguien que los guíe a un análisis crítico.
–Paolo Mieli, ex director de La Stampa y de Il Corriere della Sera dijo que su novela “explotará como una bomba en las redacciones”. Pero eso no sucedió hasta ahora.
–Bueno, hace muy poco que se publicó. Alguien ha dicho que debería leerse en las escuelas de periodismo. Y puede ser que lo estén haciendo.
–¿O será que ninguna publicación quiere sentirse aludida?
–Eso es cierto. Aunque hay periodistas malos que se sintieron reflejados y me lo han hecho saber.


Su novela más contemporánea
Eco promete un café para cuando llegue su esposa porque él no se lleva bien con la máquina de café. Pero quiere ser gentil. Va hasta la cocina, abre la heladera bajomesada y ofrece un aperitivo, un jerez. “Mi mujer me esconde el whisky bajo llave. He bajado de peso desde que no bebo. Pero ella no sabe que sé dónde pone la llave”, dice Il professore y hace fondo blanco con el vaso donde se ha servido apenas un dedo de Tío Pepe.
Número cero es su séptima novela y su libro número 43. Es la ficción más breve de Eco –la edición en italiano tiene 220 páginas contra las 500 a las que nos acostumbró con El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault . La escribió en un año y es, además, la más contemporánea: trascurre en Milán durante tres meses de 1992. “Fue el año en el que se descubre Tangentopoli (una cadena de coimas) y tiene lugar el Mani Pulite (manos limpias) –el mayor proceso judicial contra la corrupción política italiana”, dice, “es decir, un año que pudo haber sido un punto de inflexión en la sociedad italiana. Pero no lo fue.”

Número cero repasa la historia de Italia y la deforma a través de la mirada del periodista que ve complots en todas partes.
–En realidad son todos hechos verdaderos menos la historia de Mussolini que es totalmente inventada (en la novela un personaje sostiene que Il Duce no fue fusilado en Giulino di Mezzegra en abril de 1945 sino que fue enviado a la Argentina donde se refugió y desde donde siguió operando).
–¿Por qué pensó en la Argentina?
–¿Por qué no? Muchos jerarcas nazis han escapado a la Argentina. Brasil se había aliado con los estadounidenses en contra de los nazis. La Argentina, no. Por lo tanto era en ese momento un país cómodo para refugiarse. ¿Dónde han encontrado a (Adolf) Eichmann y a (Erich) Priebke? La Argentina venía muy bien para mi relato. Con la historia de Mussolini quise demostrar que con un poco de fantasía se puede justificar todo. Siempre me impresionó saber que cuando Mussolini escapa hacia Como, su familia estaba allí y él no quiso verla. ¿Por qué? A partir de ahí, un paranoico puede construir una historia entera. Las verdaderas razones por las que Mussolini no quiso encontrarse con su familia no las sabemos pero a partir de allí se puede construir un universo.
–Usted visitó tres veces la Argentina. ¿Puede escribir acerca de lugares en los que nunca estuvo?
–Tenemos en Italia a Salgari que escribió novelas que se desarrollaban en todo el mundo y él jamás se movió de su ciudad, Verona. Yo no sería capaz. Debo ir a ver. Para el escribir La isla del día de antes fui al Mar del Sur. El período más bello siempre es durante la escritura y nunca cuando el libro se ha terminado. Tal vez escribo novelas para hacer esos viajes. Si no, no sería divertido. La Argentina, en Número cero , es un punto de pasada. Estuve por primera vez en los 70. Eran años tremendos. Los tupamaros en Uruguay, los montoneros en la Argentina. Recuerdo la música de Piazzolla y a Amelita Baltar. El último espectáculo comenzaba a medianoche y hasta me llevaron a ver Fuego , con una actriz de senos muy grandes (Isabel Sarli).
Eco, que ya cumplió los 83, dice que todas sus novelas le han llevado seis años de trabajo: “Excepto El péndulo de Foucault , que me llevó ocho, y ésta, que la escribí en un año,dice. No debía investigar tanto. Muchos acontenciemientos los viví, otro tanto lo pude rastrear en Internet, como la autopsia de Mussolini, y luego me compré un par de guías de la Milán desconocida. He reciclado también muchos de los artículos que he escrito. Alguno se dio cuenta y se quejó pero estoy en mi derecho. Soy de la idea de que no hay nada más inédito que lo ya publicado”.
–¿Escribir un ensayo o un libro académico genera en usted lo mismo que escribir una novela?
–No. La preparación de un ensayo es pública. Se discute con los estudiantes, se participa en conferencias y luego uno escribe el libro. La novela, al menos para mí, sé que para otros autores no, es un hecho totalmente secreto. Es decir que durante esos seis años en los que estoy escribiendo una novela nadie sabe qué estoy haciendo. Nadie lee ni una página.
–¿Ni en su casa?
–Ni en mi casa. Bueno, creo que cuando fuimos al Mar del Sur dije que estaba pensando tal vez en escribir algo. Pero nada más. Así como mientras estaba preparando Número cero fui con amigos y con mi esposa a esa taberna (Moriggi) que se describe en la novela. Estos seis, ocho años pasados en secreto son bellos. Cuando se termina de escribir el libro es tristísimo.
–¿Son años en los que lleva una doble vida?
–Un poquito sí. Es como llevar una vida de agente secreto.
–¿Reflexiona sobre su escritura? ¿Alguna vez pensó si cambió desde El nombre de la rosa?
–Sí. Siempre he dicho que mientras en poesía se parte de las palabras y luego vienen las ideas, en la narrativa primero se parte de las ideas y luego vienen las palabras. Primero se construye un mundo, un acontecimiento y luego el lenguaje sigue a esta construcción. En mis novelas, si usted se fija, el lenguaje cambia según el tema. En El nombre de la rosa elegí el estilo del cronista medieval. En El péndulo de Foucault he jugado con varios registros lingüísticos, como el de los ocultistas. En La isla del día de antes , el estilo es barroco. Mis novelas anteriores eran sinfonías de Mahler.
Número cero es un fragmento de Charlie Parker. Es jazz, tac, tac, tac. No debía perderme en descripciones. Además las novelas terminan solas. Llega un momento en que dicen basta.
–Esa es otra de sus provocaciones. Le escuché decir que a veces las novelas son más inteligentes que el autor.
–Así es. Porque a veces contienen cosas o aspectos en los que el autor no había pensado y, si los va a buscar, los puede encontrar allí.
“Venga, le quiero mostrar algo”, dice Eco. El parqué cruje a su paso. Se detiene delante de la biblioteca que tapiza el hall de entrada de su departamento. Con orgullo medido, Il professore extrae un libro, lo abre y muestra la firma del autor: “James Joyce”, dice en tinta verde manuscrita. Esa primera edición del Ulysses autografiada es una de las joyitas de su biblioteca, nutrida de libros antiguos.
“Como coleccionista de libros antiguos, colecciono solamente libros que hablen de cosas falsas. No tengo a Galileo, por ejemplo, porque ha dicho cosas que luego para nosotros se revelaron como verdaderas. Pero sí tengo a Ptolomeo, que se había equivocado y creía que el sol giraba en torno a la Tierra. Por eso todo lo que tenga que ver con alquimia, ocultismo, me interesa. Basta con que una cosa sea falsa para que entre en mi colección”, dice Eco.
Hay un par de excepciones. Al Ulysses de Joyce se suma el Horologium Oscillatorium de Homens: “Había escrito El péndulo de Foucault y por lo tanto el primer libro que salió en el mundo sobre un péndulo me interesaba”, se justifica.

El péndulo de Foucault es, entre sus novelas, la que usted más cita.
–Porque es la más compleja. Me dio más trabajo, más gusto, más búsqueda lingüística. No por casualidad inicia y termina con dos recuerdos personales. Cuando terminé El nombre de la rosa me pregunté: “¿Y ahora? ¿De qué escribo? ¿No puse todo ahí?” Y me vinieron a la mente dos imágenes, una de mis 20 años y la emoción cuando vi el péndulo de Foucault en el Observatoire de París. La otra imagen era un episodio que me sucedió a los 13 años cuando toqué la trompeta en el funeral de los partisanos.
El péndulo de Foucault es mi libro más autobiográfico.
Tose Umberto Eco. “Masticar tabaco me está arruinando la garganta”, se queja. “De chico me chupaba el pulgar, aún siendo un niño bastante grande. Hasta me tapaban el dedo para sacarme la manía. Sin duda debe haber algo sexual detrás de esta necesidad de tener el cigarrito en la boca”, dice. Y se ríe Eco. Se ríe a carcajadas.