1.09.2014

Gobierno confirma existencia de un comité que define destino de la publicidad estatal

Según la ministra Amanda Dávila todos los medios opositores tendrían publicidad del Estado, por ello, según sus cifras, el 99% de los medios de comunicación en el país gozan de este ingreso. En declaraciones a la Red Erbol dijo que Erbol La Paz no recibe publicidad porque es afín al MSM y que Radio Panamericana le da mucha cobertura a Samuel Doria Medina.

La Paz, 9 Ene. (ANF).- La ministra de Comunicación, Amanda Dávila, reveló este jueves que en la estructura del Gobierno existe un comité a la cabeza de su ministerio, el cual define qué medios de comunicación reciben o no publicidad del Estado, en base a cinco criterios que se establecieron.
Según la ministra, los medios de comunicación son como la política, donde existen medios de oposición, de los que no mencionó nombres, y otros pro-gobierno, lo que significa que en el país hay democracia, pues “no sería democracia si todos pensáramos lo mismo y también los medios tienen el derecho a ser opositores”.

“El tema de la publicidad se define en un comité que está formado por la ministra, los viceministros y los directores del ministerio”, reveló Dávila.
En ese marco, dijo que el Gobierno tiene cinco criterios para otorgar publicidad, los cuales son: 1) Alcance del medio de comunicación. 2) Público meta al cual se dirige. 3) Que cumplan los principios constitucionales básicos de no al racismo y la discriminación. 4) Criterio de equilibrio y veracidad. 5) Propósitos del Gobierno para difundir su publicidad.

Según Dávila, todos los medios opositores tendrían publicidad del Estado, por ello según sus cifras el 99% de los medios de comunicación en el país gozan de este ingreso, “a diferencia de otras épocas" cuando la publicidad "era absorbida por los medios grandes y sobre todo el eje central”.
NORMATIVA: La ministra de Comunicación también dijo que se está proponiendo una normativa para que medios de comunicación con presupuestos pequeños, que están en algunas localidades, también se beneficien con un porcentaje de la publicidad estatal sin cumplir trámites burocráticos.
En ese marco indicó que se busca equilibrar la publicidad, puesto que actualmente un 70% de los medios se beneficia con un gran porcentaje de la publicidad del Estado.
“Hay medios que reciben más de tres millones de bolivianos por año y medios que reciben cuatro millones y cinco millones y a nosotros nos parece que debería ser más equitativo”, dijo Dávila.
Respecto al presupuesto que destina el Gobierno para publicidad, Dávila dijo que este 2014 se mantendrá el mismo monto que el Ministerio de Comunicación recibió el año pasado, el cual fue de 184 millones de bolivianos, del que se destinó 60 millones para transmisiones y publicidad.

Asociación de Periodistas de Santa Cruz: Fouché, el genio tenebroso

Asociación de Periodistas de Santa Cruz: Fouché, el genio tenebroso: Joseph Fouché, Duque de Otranto, político francés que ejerció su poder durante la Revolución francesa y el imperio napoleónico. Fue una per...

Fouché, el genio tenebroso

Joseph Fouché, Duque de Otranto, político francés que ejerció su poder durante la Revolución francesa y el imperio napoleónico. Fue una personalidad de gran influencia en Francia, durante la tormentosa era política que vivió, siendo el fundador del espionaje moderno y el responsable de la consolidación del Ministerio de Policía de Francia, posteriormente denominado Ministerio de Interior, como una de las instituciones más avanzadas de la nación.
 
Fouché, el genio tenebroso
Stefan Zweig
INTRODUCCIÓN. José Fouché fue uno de los hombres más poderosos de su época y uno de los más extraordinarios de todos los tiempos. Sin embargo, ni gozó de simpatías entre sus contemporáneos ni se le ha hecho justicia en la posteridad.
A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras y Talleyrand en sus respectivas Memorias y a todos los historiadores franceses –realistas, republicanos o bonapartistas_, la pluma les rezuma hiel cuando escriben su nombre. Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral... No se le escatiman las injurias. Y ni Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter. Por primera vez aparece su figura, con sus verdaderas proporciones, en la biografía monumental de Luis Madelins, al que este estudio, lo mismo que todos los anteriores, tiene que agradecerle la mayor parte de su información. Por lo demás, la Historia arrinconó silenciosamente en la última fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fué el único en sobrevivirles, y que en la lucha psicológica venció a un Napoleón y a un Robespierre. De vez en cuando ronda aún su figura por algún drama u opereta napoleónicos; pero entonces, casi siempre reducido al papel gastado y esquemático de un astuto ministro de la Policía, de un precursor de Sherlock Holmes. La crítica superficial confunde siempre un papel del foro con un papel secundario.
Sólo uno acertó a ver esta figura única en su propia grandeza, y no el más insignificante precisamente: Balzac. Espíritu elevado y sagaz al mismo tiempo, no limitándose a observar lo aparente de la época, sino sabiendo mirar entre bastidores, descubrió con certero instinto en Fouché el carácter más interesante de su siglo. Habituado a considerar todas las pasiones -las llamadas heroicas lo mismo que las calificadas de inferiores_, elementos completamente equivalentes en su química de los sentimientos; acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto _un Vautrin- que a un genio moral _un Luis Lambert_, buscando, más que la diferencia entre lo moral y lo inmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasión, sacó de su destierro intencionado al hombre más desdeñado, al más injuriado de la Revolución y de la época imperial. «El único ministro que tuvo Napoleón», le llama, singulier génie, la plus forte tête que je connaiss, «una de las
figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie y que permanecen impenetrables en el momento de la acción, y a las que sólo puede comprenderse con el tiempo». Esto ya suena de manera distinta a las depreciaciones moralistas. Y en medio de su novela «Une ténébreuse affaire» dedica a este genio grave, hondo y singular, poco conocido, una página especial. «Su genio peculiar _escribe_, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe.
Este miembro desconocido de la Convención, lino de los hombres más extraordinarios y al mismo tiempo más falsamente juzgados de su época, inició su personalidad futura en los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevó a la altura desde la cual saben los hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado; luego, súbitamente _como ciertos cómicos mediocres que se convierten en excelentes actores por una inspiración instantánea_, dio pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado del 18 de Brumario. Este hombre, de cara pálida, educado bajo una disciplina conventual, que conocía todos los secretos del partido de la Montaña, al que perteneció primero, lo mismo que los del partido realista, en el que ingresó finalmente; que había estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena política, adueñóse del espíritu e Bonaparte, dándole consejos útiles y proporcionándole valiosos informes... Ni sus colegas de entonces ni los de antes podían imaginar el volumen de su genio, que era, sobre todo, genio de hombre de Gobierno, que acertaba en todos sus vaticinios con increíble perspicacia». Estos elogios de Balzac atrajeron por primera vez la atención sobre Fouché, y desde hace años he considerado ocasionalmente la personalidad a la que Balzac atribuye el «haber tenido más poder sobre los hombres que el mismo Napoleón».
Pero Fouché parecía haberse propuesto, lo mismo en vida que en la Historia, ser una figura de segundo término, un personaje a quien no agrada que le observen cara a cara, que le vean el juego. Casi siempre está sumergido en los acontecimientos, dentro de los partidos, entre la envoltura impersonal de su cargo, tan invisible y activo como el mecanismo de un reloj. Y rara vez se consigue captar, en el tumulto de los sucesos, su perfil fugaz en las curvas más pronunciadas de su ruta. ¡Y más extraño aún! Ninguno de esos perfiles de Fouché, cogidos al vuelo, coinciden entre sí a primera vista. Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote y profesor en. 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonario cinco años después y Duque de Otranto algo más tarde. Pero cuanto más audaz le observaba en sus transformaciones, tanto más interesante se me revelaba el carácter, o mejor, la carencia de carácter de este tipo maquiavélico, el más perfecto de la época moderna. Cada vez me parecía más atractiva su vida política, envuelta toda en lejanía y misterio, cada vez más extraía, más demoníaca su figura. Así me decidí a escribir, casi sin proponérmelo, por pura complacencia psicológica, la historia de José Fouché, como aportación a una biografía que estaba sin hacer y qué era necesaria: la biografía del diplomático, la más peligrosa casta espiritual de nuestro contorno vital, cuya exploración no ha sido realizada plenamente.
Una biografía así, de una naturaleza perfectamente amoral, aun siendo, como la de José Fouché, tan singular y significativa, me doy cuenta de que no va con el gusto de la época. Nuestra época quiere biografías heroicas, pues la propia pobreza de cabezas políticamente productivas hace que se busquen más altos ejemplos en los tiempos pasados, No desconozco de ninguna manera el poder de las biografías heroicas, que amplifican el alma, aumentan la fuerza y elevan espiritualmente. Son necesarias, desde los días dé Plutarco, para todas las generaciones en fase de crecimiento, para toda juventud nueva. Pero precisamente en lo político albergan el peligro de una falsificación de la Historia, es decir: es como si siempre hubiesen decidido el destino del mundo las naturalezas verdaderamente dirigentes. Sin duda domina una naturaleza heroica por su sola existencia, aún durante decenios y siglos, la vida espiritual, pero únicamente la espiritual. En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez _y esto hay que decirlo como advertencia ante toda fe política_ las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque más hábiles: en las figuras de segundo término. De 1914 a 1918 hemos visto como las decisiones históricas sobre la guerra y la paz no emanaron de la razón y de la responsabilidad, sino del poder oculto de hombres anónimos del mas equívoco carácter y de la inteligencia más precaria. Y diariamente vemos de nuevo que en el juego inseguro y a veces insolente de la política, a la que las naciones confían aun crédulamente sus hijos y su porvenir, no vencen los hombres de clarividencia moral, de convicciones inquebrantables, sino que siempre son derrotados por esos jugadores profesionales que llamamos diplomáticos, esos artistas de manos ligeras, de palabras vanas y nervios fríos. Si verdaderamente es la política, como dijo Napoleón hace ya cien años, la fatalite moderne, la nueva fatalidad, vamos a intentar conocer los hombres que alientan tras esas potencias, y con ello, el secreto de su poder peligroso. Sea la historia de la vida de José Fouché una aportación a la tipología del hombre político.
Stefan Zweig
Salzburgo, otoño 1929.
 
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