6.22.2012

Elogio de la clase media

La recuperación de valores perdidos

Marcos Aguinis es un humanista osado que se expresa con claridad y coraje. Autor de libros como La pasión según Carmela, El Combate Perpetuo, La Conspiración de los Idiotas, La Cruz Invertida, La Gesta del Marrano y Un País de Novela.
Por Marcos Aguinis /LA NACION
Prejuicios fósiles mantienen el desprecio por la clase media. Se la menciona con cierto pudor, porque no tiene límites claros y se la vincula con los rasgos mezquinos, crueles e insensibles de la burguesía y pequeña burguesía bien descriptos en poderosos textos de la literatura universal. Sin embargo, la realidad no es tan esquemática ni rígida. Ahora sabemos que la clase media no se reduce a sus defectos, porque defectos tienen todos los niveles.
Ya es hora de enaltecer sus virtudes, especialmente las de la clase media argentina, que llegó a ser la más importante y fértil de toda América latina. Nuestro país la desarrolló de forma excepcional. No hay otro donde haya alcanzado tanto desarrollo y gravitación en brevísimo tiempo, sobre un territorio distante y bastante desertificado.
Con la Organización Nacional iniciada en 1853 empezó una corriente inmigratoria que aumentó su caudal hasta convertirse en un impresionante río, que llegó a prender la alarma de quienes suponían que estaban en riego los pilares de la identidad nacional. No estuvo en riesgo la identidad nacional, sino el atraso asociado a reaccionarias tradiciones coloniales. En pocas décadas la mayoría de los inmigrantes que llegaban con una mano adelante y otra atrás aprendieron el idioma, asimilaron costumbres y se integraron de forma intensa y definitiva. Fueron los principales protagonistas del fenómeno que engrosaba esta brumosa nueva clase, que hasta entonces había sido muy delgada. Los recién llegados no traían dinero, sino agobio por el hambre y las persecuciones. Querían aplicarse al trabajo para mejorar su vida. Llegaban a un país donde había comenzado a funcionar una Constitución inclusiva que generaba esperanza. Aumentó y mejoró la demografía del campo y de las ciudades. Como resultado de la buena dirección que había tomado el país, se produjeron novedades que hicieron crujir las viejas estructuras. La Argentina crecía al galope y se iba convirtiendo en un caso que provocaba la curiosidad del mundo.
De una generación a otra, la clase media no sólo acrecentaba su volumen, sino su protagonismo. Tanto en el campo como en las ciudades empezó a consolidar valores que operaron como semillas. Esos valores dieron sustento a tres culturas: la cultura del trabajo, la cultura del esfuerzo y la cultura de la honestidad. Había consenso en que nada llegaba gratis. Ningún derecho se obtenía sin la correlativa obligación. Era posible prosperar, pero sólo mediante la actividad intensa y correcta. La deshonestidad era tan mal vista que una familia dejaba de asomarse a la vereda si alguno de sus miembros cometía un delito.
No se estableció un paraíso bíblico, porque abundaron las excepciones. Pero predominaban las tres culturas mencionadas. En el optimista clima que reinaba dentro y fuera del hogar flotaba el anhelo del progreso. Una "sana" ambición, como se dice ahora, porque la ambición a secas ha comenzado a sonar como una disonancia. Era común la ambición de tener una vida digna, constituir familias sólidas, educar a los hijos, gozar de la cultura, ascender. No se aspiraba a fortunas enormes, sino a las que permitiesen lograr los objetivos irrefutables (maravillosos) de la vida digna, la familia sólida, la buena educación de los hijos y un razonable progreso. Los menciono con insistencia, porque son los caminos que deberíamos recuperar.
Por desgracia, esas tres culturas empezaron a ser derruidas en la primera mitad del siglo XX. La cultura del trabajo fue reemplazada por la de la mendicidad, la cultura del esfuerzo por la del facilismo y la cultura de la honestidad por la de la corrupción. Lo revela con una elocuencia insuperable el tango "Cambalache", compuesto en 1935, hace casi ochenta años. Tiene una estremecedora vigencia.
Todavía resuena la burla que entonces se hacía a los inmigrantes analfabetos que se apuraban por tener un "hijo dotor". Pese a las dificultades de todo orden, los tuvieron, y en gran cantidad. El estudio era un dato cotidiano, infaltable, obligatorio. Todos los niños debían ir a la escuela y una gran parte luego pasaban a establecimientos técnicos o colegios secundarios. Hasta en el servicio militar se debía educar a los conscriptos. Al mismo tiempo, crecieron las universidades con profesionales, docentes e investigadores que asombraron al planeta y hasta obtuvieron el premio Nobel. Era un ejército de gente admirable que, en su inmensa mayoría, por supuesto, se originaba en la clase media.
En aquella época de predominante clase media se aplaudía el mérito, se elogiaba la tenacidad. No se concebía consolar al que quedaba abajo haciendo descender al que llegaba arriba, porque significaba igualar hacia la fosa y quitar incentivos (nefasta política establecida más adelante). No se le tenía miedo ni desconfianza a la competencia, porque movilizaba los resortes del esfuerzo y mejoraba los resultados del conjunto. Era una mirada opuesta a la que vino después.
Los docentes estaban bien pagados. Eran "maestros" de verdad, no simples y aburridos "trabajadores de la educación". Se esmeraban por mejorar la calidad educativa. Recibían un gran respeto por parte de los alumnos y sus padres (no era concebible que sufrieran las agresiones de los últimos tiempos). Desempeñaban roles centrales en la vida social. Como parte de esa obsesión por el estudio brotaron centenares de bibliotecas públicas, pagadas, cuidadas y ensalzadas por la misma gente. En ese ámbito circulaban los fermentos del empeño y la decencia que caracterizaban a una clase media que no dejaba de crecer. Se multiplicaban los escritores, periodistas, dramaturgos y talentos artísticos en las bellas artes, la música y el teatro. Era una primavera larga, con los altibajos de la adolescencia que caracteriza a ese período, por supuesto.
En lugar de descalificarla -como hacen ideólogos arcaicos-, deberían desplegarse los proyectos que contribuyeran a convertir la clase media argentina en el lugar hacia donde se afanen por integrarse quienes sufren pobreza y desconsuelo. No es la clase media la que tiene que achicarse, sino la clase pobre y desposeída, que ya supera la mitad de nuestra población.
Los profesionales no obtienen una retribución equitativa a sus méritos o empeños. La educación declina. Ni una sola de nuestras universidades se menciona en el ranking de las cien mejores del mundo. Las certeras bofetadas del tango "Cambalache" no son tenidas en cuenta para superarlas. A la inversa, parecieran haberse convertido en una guía de mucha gente, en especial los versos que dicen "el que no roba es un gil" y "todo es igual". No todo es igual, aunque hacia allí impulsa un igualitarismo utópico que descalifica el trabajo, no honra el esfuerzo, calumnia la competencia y defiende a los corruptos.
Un grueso sector de la clase media está compuesto por las pymes. No es frecuente escuchar que se las tenga debidamente en cuenta. Son las proveedoras de muchísimos puestos de trabajo y esa virtud no es objeto de halagos entusiastas. En ellas se ejercen la imaginación y el músculo. No viven de la limosna ni de los subsidios. Funcionan en las ciudades grandes y pequeñas, en el campo y en los lugares más alejados del país. Pero sufren una impiadosa extorsión impositiva. El dinero que se les quita no se dirige a obras de infraestructura ni a una mayor eficiencia del Estado, sino para mantener un Estado elefante, voraz, ciego, irracional y caprichoso, que desperdicia sus riquezas en burocracia, amigos, ñoquis y punteros.
La clase media parece condenada hoy en día. Durante el "Rodrigazo" se publicó en el entonces diario La Opinión un artículo cuyo título se hizo famoso: "Réquiem para la clase media". Fue acertado. La clase media declinó tanto que ya ni es atractiva para los que buscan conseguir votos.
En el sector condenado a la pobreza tampoco todos son iguales. Existen, sobreviven y luchan millones de seres para mejorar su condición y darles educación a sus hijos. Muchos no tienen acceso a las necesidades básicas. Son víctimas de un sistema perverso que proclama defenderlos y en realidad los aliena y usa. Están atrapados. Hasta los niños deben recurrir a una mendicidad que retuerce las vísceras, a trabajos en negro, a trabajos temporales, a ser cartoneros o acróbatas junto a los semáforos, o a rendirse al consuelo letal de las drogas. Muchos ni saben cuáles fueron las virtudes de una clase media boyante. No se los ayuda con políticas de Estado coherentes. El nefasto populismo que nos envenena necesita que haya muchos pobres para sobornarlos y quitarles el voto. Los publicitados planes sociales no resuelven problemas, porque sólo anestesian la rabia. No sería lógico negar la importancia de la anestesia. Pero una anestesia sólo debe aplicarse para curar en serio. Crece una pobreza marginal que se amontona en los suburbios y padece graves conflictos. Es una masa de argentinos que no ven el horizonte. Los han convencido de que "tienen derecho" a los subsidios sin inculcarles al mismo tiempo sus obligaciones basadas en las tres culturas de la clase media: trabajo, esfuerzo y honestidad.

En síntesis, es hora de recuperar el orgullo de ser miembro de la clase media que hizo grande a la Argentina, destacar sus valores, brindarle el máximo apoyo y conseguir que vuelva a ser la vanguardia de un progreso sustentable.
© La Nacion .

6.19.2012

Ocho lecciones de periodismo que deja el caso Watergate

lacolumnaquinta.wordpess.com
 El libro Todos los hombres del presidente, que explica el caso Watergate y cómo lo siguieron los periodistas que descubrieron el caso, Bob Woodward y Carl Bernstein, se lee como un reportaje, como una novela policíaca y como un manual de periodismo.
Este 17 de junio se cumplen 40 años del inicio del mayor escándalo político del siglo XX en Estados Unidos, cuando el gobierno del republicano Richard Nixon espió al partido Demócrata, lo que dos años después provocó la renuncia del Presidente. Veamos las enseñanzas que dejó esa investigación para el periodismo y que se pueden leer en el libro Todos los hombres del presidente:

1. El manejo de fuentes: calidad y cantidad

- Una fuente desde adentro: La fuente informativa principal de Woodward y Bernstein era “Garganta Profunda”, pero no la única. Un trabajo así necesita mucho trabajo y fueron muchas las personas que permitieron descubrir la serie de actos de corrupción política en los que estaba involucrado el propio presidente Richard Nixon.
- Mucha, muchísima gente: Los dos periodistas “llegaron a tener una lista con varios centenares de números de teléfonos de fuentes a los que llamaban al menos dos veces por semana” .
- No todas las fuentes son útiles: Woodward y Bernstein habían conocido mucha gente “que estaba deseosa de ayudarles pero que no tenían información de importancia, solo conocían rumores de aquí y allá, de tercera o cuarta mano”

2. La protección de las fuentes

En un caso tan delicado, que incluía corrupción, delitos y políticos muy poderosos, corrían riesgos personales los periodistas y sus fuentes. Por eso, la protección de quienes les daban información fue fundamental.
- La “conversación subterránea”: Woodward había prometido a “Garganta Profunda” que “jamás daría su nombre ni su posición a nadie en absoluto. Además se había comprometido a no mencionarlo nunca, ni siquiera en calidad de fuente anónima”. Era, lo que se llama, una “conversación subterránea” . 33 años después, a la edad de 91 años, fue el mismo Mark Felt quien admitió que fue el informante del caso.
- Una fuente en riesgo puede decidir las condiciones: Para proteger a una fuente (Hugh W. Sloan, tesorero del Comité para la Reelección del Presidente -CRP-), se le concedió la posibilidad de “recibir copias de los reportajes antes de su publicación y borrar de ellas todo lo que su abogado creyera que iba a ocasionarle problemas legales, en tanto que la eliminación no falseara los hechos”. A Sloan se le garantizó el anonimato para que pueda dar los datos que él tenía.

3. Rigor periodístico en todo

Hasta el mínimo detalle, no solamente en el trabajo de reportería, de recopilación de datos, de confirmación, de contrastación, sino en la redacción de los textos, los periodistas se impusieron el rigor que necesitaba un caso tan delicado. Woodward y Bernstein fueron estableciendo algunas “reglas no escritas” para que su trabajo sea riguroso. En la redacción: Tanto era el rigor que a veces “se peleaban por el uso de una palabra”
- En la cofirmación de datos: Una de las reglas no escritas fue que, “salvo en el caso de que hubiera dos fuentes distintas que confirmasen una acusación relacionada a una actividad que pudiera ser considerada criminal, esa sospecha específica no se publicaría en el periódico”. En algunos casos, se exigió tener tres o cuatro fuentes.
- En caso de duda, no lo publiques: Y “si uno de los dos (periodistas) objetaba algo contra un reportaje, este no se publicaría”.

4. Resiste a las presiones de los poderosos

¿Qué publicar y qué no? En al menos dos ocasiones, luego de obtener información mediante llamadas telefónicas, recibieron presiones para que no se publiquen cosas que habían dicho.
- Los funcionarios no deciden qué se publica: Uno de quienes ejercieron presiones fue Henry Kissinger, ayudante del presidente Nixon, quien admitió a Woodward que “casi nunca” (lo que era interpretado como “algunas veces”) había sido él, Kissinger, quien personalmente había autorizado la toma de grabaciones clandestinas de algunos de sus colaboradores.
“Yo le he estado diciendo estas cosas solamente para que le sirvan como fondo a su información”, le dijo Kissinger cuando se dio cuenta de que iba a ser mencionado en un reportaje. Woodward le respondió que no habían llegado a tal acuerdo y que iba a publicarlo. La reacción de Kissinger era porque “muchos de los reporteros que hablaban regularmente con Kissinger dejaban a ‘Henry’ que dijera al terminar la conversación lo que debía citarse y lo que debía dejar de fondo”.
En otro caso, un miembro del CRP pidió que no se publique una declaración del fiscal general (ministro de Justicia), John Mitchell, debido a que le despertaron cerca de la medianoche para hacerle la consulta y lo habían “cogido con la guardia baja”.
El director del Washington, Benjamin Bradlee hizo tres preguntas a Bernstein, que fue quien hizo la entrevista: ¿Se había identificado adecuadamente, sin lugar a dudas, diciendo quién era? ¿Se había dado cuenta Mitchell de que estaba hablando a un reportero? ¿Y Bernstein había tomado nota de la conversación? La respuesta afirmativa a las tres preguntas fue suficiente para dar el visto bueno a la publicación.

5. El respaldo de editores y directivos es útil

¿Cómo deben ser los editores, directores y dueños de un medio que destapa un acto de corrupción tan grande? En el libro se cuentan algunas cosas como las siguientes:

- El dueño del medio debe comprometerse: Cuando la investigación periodística del caso Watergate estaba avanzada, llegó una citación judicial para entregar las notas de los periodistas. Como una jugada del periódico para evitarlo, Katharine Graham, propietaria del Washington Post, iba a custodiar las notas más importantes. El director, Benjamin Bradlee, en esa ocasión, dijo a sus dos periodistas: “Vamos a luchar hasta el fin, siguiendo esta estrategia, y así, si el juez quiere enviar a alguien a la cárcel por desacato, tendrá que ser la señora Graham. Y, ¡Dios mío!, la señora está dispuesta a dejarse encerrar”.

- El director debe respaldar a su gente: Ben Bradlee, en un año, se vio “en la necesidad de hacer dos declaraciones… y ambas sobre el caso Watergate…”. En una ocasión, se cuenta en el libro, acabó por pensar: “¡Que se vayan todos al cuerno! Yo debo estar al lado de mis muchachos”.

6. Respeta a todas las personas

- El periodismo no es cacería de brujas: Cuando Nixon estaba acorralado, los periodistas buscaron una entrevista, no para hacer leña del árbol caído, ni para convertirse en entrevistadores estrellas. Dijeron a quien les podía conseguir la cita que, “si el presidente accedía a la entrevista, las preguntas se le darían por adelantado. No existía el menor interés en saltar de improviso sobre él”. Hasta Nixon merecía un trato decente.

7. No creas todo, te pueden engañar

En toda la investigación siempre flotó en el ambiente la posibilidad de ser engañados para que los culpables en el caso Watergate tengan un pretexto para desvirtuar la información. Por eso fue necesario tomar precauciones y ser prudentes.
- Duda: “¿Y si la Casa Blanca había visto una oportunidad para acabar con el Washington Post, preparando ella misma el terreno para una campaña que después se había de mostrar falsa y calumniosa?”, se preguntó Bernstein en un momento de la investigación.
- Los documentos pueden ser falsos: Cuando habían pasado meses desde la primera publicación, se mantenían las dudas. “Se nos había dicho que nuestra redacción estaba siendo sometida a vigilancia y escucha electrónica clandestina, que nuestras vidas podían estar en peligro. Alguien que estaba dispuesto a ir tan lejos, tampoco vacilaría en tendernos la trampa de darnos informes falsos para hacernos publicar un reportaje comprometedor que nos hundiera a todos. Había que tener cuidado con resbalar”.

8. Comportamiento ético, siempre

Las enseñanzas más importantes del libro son las referentes a la ética periodística.
- No pagar por información: Cuando el abogado de uno de los testigos pidió dinero a cambio de una entrevista, Woodward le respondió que “el ‘Post’ jamás pagaba por las noticias”.
Cuando se lo contó al director del diario, Benjamin Bradlee, todo un personaje, este le dijo: “ofrécele esto”, y mostró el dedo del medio de la mano derecha.
Woodward y Bernstein admiten en el libro que cometieron hechos incorrectos, poco profesionales y hasta algunos que rayaban en la ilegalidad. Esos errores sirven también como enseñanza:
- Identificarse como periodistas: El Post mantenía con firmeza la política de que los reporteros jamás encubrieran su identidad. Pero en una ocasión, Bernstein no le dijo a la madre de uno de los implicados en el caso (Donald Segretti) que trabajaba para el Washington Post. Al final, esto no le facilitó obtener ningún dato.
- No hacerse pasar por otra persona: Bernstein, indica el libro, “estaba dispuesto a romper las reglas de conducta establecidas por el ‘Post’”. Así que, en una ocasión llamó a Gordon Liddy (consejero de finanzas del CRP) para hacerse pasar por Donald Segretti con el fin de obtener “un destello de reconocimiento” de la relación entre ambos. Otra vez, no logró resultados.
- A las fuentes no se les descubre: En una ocasión tomaron una decisión poco profesional, como reconocieron los periodistas después: “iban a descubrir a una de sus fuentes confidenciales”. Se trataba de un agente del FBI. Los periodistas creían que él les había engañado dándoles una información errónea que luego publicaron y, por esa razón, se lo dijeron al superior del oficial.
Cuando se lo contaron a Ben Bradlee, él impidió que se revelara el nombre de la fuente en el periódico, a pesar de que ellos creían que les dio información falsa de manera intencionada. “Muchachos, nosotros jamás mencionamos a nuestros informantes y no vamos a empezar a hacerlo ahora”, les dijo y así se frenó ese intento.
- Precisión y confirmación de datos: La publicación del nombre de uno de los implicados en el caso Watergate significó uno de los conflictos más grandes de toda la investigación periodística. Una fuente desmintió que hubiera mencionado el nombre de esa persona (H. R. Haldeman, ayudante del presidente Nixon) ante el gran jurado que analizaba el caso, aunque se mantenía la sospecha de que Haldeman tenía responsabilidad en el caso (luego pasó 18 meses en prisión por este caso).
Al final, los periodistas reconocen que, en este dato, “se habían precipitado” “persuadidos por sus fuentes y por sus propias deducciones de que Haldeman se encontraba detrás del caso Watergate”.
A la fuente que dio el dato “no le habían pedido que repitiera sus palabras para asegurarse de que se habían comprendido perfectamente”.
- Prudencia y serenidad: Con otra fuente, “las preguntas de Bernstein habían sido incisivas y tendenciosas. Tenían que haber intentado que fuera el propio agente quien mencionara el nombre por sí mismo”.
- Ser claros al obtener información: En la confirmación de un dato, uno de los periodistas dio instrucciones demasiado complicadas (que el entrevistado asiente el teléfono antes de contar hasta 10 si estaba incorrecto el dato), las que el consultado había entendido al revés. El resultado fue la publicación de un error.
- No violar la ley: Woodward y Bernstein llegaron también al límite de la legalidad cuando algunos miembros de un gran jurado que investigaba el caso fueron consultados para buscar información. El juez del caso consideró al hecho como “extremadamente serio”, pues las deliberaciones eran “sagradas y secretas”.
Estas son algunas de las enseñanzas para el periodismo del caso Watergate, producido hace ya 40, que siguen vigentes. Una vez más: las herramientas han cambiado, pero las reglas básicas del periodismo se mantienen.

Watergate, 40 años: Bernstein y Woodward vuelven ¨al lugar del crimen¨

Los periodistas que destaparon la trama de corrupción regresan al sitio donde tuvo lugar el caso

emili j. blasco/ corresponsal en washington de ABC.es
El editor de «The Washinton Post» posa con los periodistas que destaparon
la trama Watergate, Carl Bernstein (izquierda) y Bob Woodward
6/06/2012 - 13.53h
Fue un «intento de robo de tercera clase», como lo describió días después el portavoz de Richard Nixon, pero con consecuencias históricas de primera. El Watergate, de cuyo comienzo ahora se cumplen cuarenta años, llevó a la dimisión del presidente de Estados Unidos y a una sacudida sin precedentes en la conciencia política estadounidense. Fue también un hito periodístico, de la mano sobre todo de «The Washington Post», y un precedente lingüístico: desde entonces «gate» se utiliza como sufijo para todo caso de corrupción política.
Watergate es un complejo de viviendas y oficinas de la capital norteamericana, bautizado como «puerta del agua» por encontrarse a orillas del río Potomac. Allí tenía su sede en 1972 el Comité Nacional Demócrata. El 17 de junio, a eso de las 2 de la madrugada cinco hombres fueron detenidos en esas oficinas cuando intentaban colocar micrófonos ocultos y buscaban documentos. La acción formaba parte de una serie de medidas ilegales puestas en marcha por el comité de reelección de Nixon, dirigido por John Mitchell, que acababa de dejar su puesto de fiscal general de EE.UU. No es que la reelección de Nixon corriera peligro —ganó con gran diferencia unos meses después—, pero la obsesión del presidente y el celo desmedido de sus colaboradores habían llevado a organizar la trama.
Desenmarañar la opaca complicidad en el encubrimiento de lo sucedido llevó dos añosLo que al principio pareció un simple robo, pronto dejó al aire hilos de los que tirar. La identidad de uno de los asaltantes como exagente de la CIA y el cheque procedente del comité de reelección de Nixon en la cuenta corriente de otro condujo a establecer una relación directa entre ese comité y el asalto. Desenmarañar la opaca complicidad en el encubrimiento de lo sucedido llevó dos años. El 9 de agosto de 1974 Nixon dimitió para evitar ser destituido por el Congreso. Decisiva para ese paso fue la grabación en la que el presidente pedía que se compensara económicamente a los implicados. Un total de 43 asesores y empleados de la Administración fueron condenados.

Carl Bernstein y Bon Woodward, los dos peridodistas del Post que investigaron el caso (en 2005 se supo que su «garganta profunda» —otro término popularizado con el Watergate— había sido William Felt, subdirector del FBI), han vuelto estos días al «lugar del crimen». En un acto organizado por el pediódico precisamente en el edificio del Watergate, Bernstein y Woodward, inmortalizados en la película «Todos los hombres del presidente» (1976), rememoraron algunos de los episodios del caso.
Como han escrito conjuntamente en un artículo publicado en «The Washington Post», en su tiempo de presidencia, comenzada en 1969, Nixon «lanzó cinco guerras sucesivas y superpuestas»: contra el movimiento opuesto a la guerra de Vietnam, los medios, los demócratas, el sistema de justicia y, finalmente, la misma historia. «¿Qué fue el Watergatge? Las cinco guerras de Nixon», concluyen, alguien «dipuesto a saltarse la ley para su ventaja política.

6.06.2012

Murió Ray Bradbury, maestro de la ciencia ficción

El escritor tenía 91 años, su trabajo reveló un autor preocupado por la supervivencia espiritual de la humanidad contra el materialismo de la sociedad. Autor prolífico (500 novelas cortas, 30 novelas, cuentos, poemas), Bradbury también escribió muchas obras de teatro y guiones para películas.
 Ray Bradbury, escribió más de 500 novelas cortas y obras de teatro. Su prolífico legado será recordado por sus seguidores en todo el mundo.  



El escritor estadounidense Ray Bradbury, uno de los grandes maestros de la ciencia ficción, autor entre otros de "Crónicas Marcianas" y "Fahrenheit 451", murió a los 91 años, dijo su familia el miércoles.
Su editorial, HarperCollins, confirmó que el prolífico autor falleció el martes en su casa de Los Ángeles después de una "larga enfermedad" no especificada, mientras comenzaban a llegar innumerables tributos de familiares y lectores.
"En una carrera que abarca más de 70 años, Ray Bradbury ha llevado a generaciones de lectores a soñar, pensar y crear", dijo la editorial en un comunicado. Bradbury había sufrido un derrame cerebral en 1999, pero pudo retomar su trabajo unos años más tarde.
"El mundo ha perdido a uno de los mejores escritores que ha conocido, y uno de los hombres más queridos para mí. QPD Ray Bradbury (abuelo Nº 1)", escribió en Twitter su nieto, Danny Karapetian.
Una ofrenda floral fue depositada al mediodía del miércoles en su estrella en el Bulevar de la Fama en Hollywood. Su trabajo reveló un autor preocupado por la supervivencia espiritual de la humanidad contra el materialismo de la sociedad.

Adaptada al cine en 1966 por François Truffaut, su novela "Fahrenheit 451" (1953), inspirada en la quema nazi de libros escritos por judíos, hablaba de los peligros de la censura y el control de las ideas en un mundo totalitario. La obra se inscribe en la brillante tradición de los grandes libros "distópicos" (por oposición a "utópico"), describiendo sociedades donde un gobierno central autoritario oprime a la totalidad o parte de sus ciudadanos.
Este género, previamente expuesto en "Un mundo feliz" de Aldous Huxley y "1984" de George Orwell, llegó al público en general con Bradbury, y sigue siendo muy popular actualmente, como lo demuestra el éxito de la saga "Juegos del Hambre", de la estadounidense Suzanne Collins, llevada hace poco al cine con gran éxito.

Autor prolífico (500 novelas cortas, 30 novelas, cuentos, poemas), Bradbury también escribió muchas obras de teatro y guiones para películas, como "Moby Dick" (1956) de John Huston, y para televisión, incluyendo "The Twilight Zone (La Dimensión Desconocida, en Latinoamérica) y episodios de "Alfred Hitchcock Presents".

Karapetian dijo al blog de ciencia ficción io9 que su abuelo "influyó en muchos artistas, escritores, profesores y científicos".
"Su legado radica en su monumental obra literaria y para el cine, la televisión y el teatro, sino también, y lo más importante, en la mente y el corazón de todos aquellos que la han leído, porque era por la lectura de sus libros que era conocido", añadió. Bradbury vendió más de ocho millones de ejemplares de sus libros, que fueron traducidos a 36 idiomas.

Nacido el 22 de agosto 1920 en Waukegan (Illinois, norte de Estados Unidos), Raymond Douglas Bradbury descubrió la literatura a los siete años con Edgar Allan Poe.Hijo de un padre ingeniero y una madre de ascendencia sueca, Bradbury tenía 14 años cuando la familia se mudó a Los Ángeles. Y apenas 17 cuando su novela corta "Script" fue publicada en una revista de ciencia ficción.

"La gran diversión en mi vida ha sido levantarme cada mañana y correr a la máquina de escribir porque alguna nueva idea se me había ocurrido", declaró en el 2000.
La Razón Digital / AFP / Los Angeles (EEUU)